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Regreso a casa
Sábado, 11 de julio de 2009 Madre mía que resaca, que inestable está la habitación. Le pido a Luis que me deje duchar el primero. Necesito despejarme como sea. Menos mal que la ducha surte efecto y me convierte en una persona nueva durante un rato.
Poco a poco vamos apareciendo todos por el hall del hotel. Devolvemos nuestras tarjetas y nos dirigimos a cargar la furgoneta. Con la experiencia acumulada lo hacemos con relativa facilidad. Luis y José Luis irán con César en la furgoneta. El calor y la humedad son sofocantes cuando salimos del hotel en dirección a la estación de ferrocarril. Tomamos el metro ya sin ningún tipo de problemas y desayunamos en un bar en las cercanías de la misma. Algo caliente nos reconforta un poco, pero las caras ya no son las de otros días. Esto se acabó y queda la parte pesada y sin aliciente. En medio de modernos trenes que parten para el resto de España, el nuestro es un infame tren eléctrico en el final de su vida útil. Por lo menos tiene aire acondicionado y hay sitio suficiente para poder estirar las piernas. Circula lento y con continuas paradas. Nos vamos acomodando como podemos y los momentos de conversación son escasos. Solamente jugamos durante un rato con nuestros móviles para pasarnos las grabaciones que Michel ha hecho durante la ruta. Las chicas, más previsoras, van escuchando música con sus mp3. Los demás nos vamos quedando dormidos escuchando una increíble conversación que llevan unos chavales que se sientan tras nosotros. Menuda lección de ingeniería de aerogeneradores y de problemas amorosos me trago. El viaje se hace interminable, pasamos junto al lugar donde nos cayó la tormenta y pasadas los doce llegamos a Teruel. Docenas de tiendas de campaña y coches rodean la estación del tren. Son la consecuencia de las fiestas del Torico que disfrutan en Teruel. El tren comienza un lento ascenso para vencer las montañas que lo separan del valle del Ebro. Paramos en innumerables estaciones y a veces da la sensación que la máquina no puede con su carga. Luis me llama al móvil y me comenta que ya está en casa. Menuda envidia y eso que nadie quería regresar en la furgoneta. Con retraso, entramos lentamente en la estación de Delicias. Debemos buscar el medio más rápido para llegar a Huesca. El edificio es inmenso y las distancias considerables. Sacamos los billetes para el autobús y con prisas nos vamos a comer algo. El autobús también sale con algo de retraso, pero me termino durmiendo. Cuando abro los ojos ya estamos en las proximidades de Huesca. Quedamos a las seis de la tarde para descargar la furgoneta y devolver sus llaves. No nos cuesta demasiado y tras tomar un refresco mientras volvemos a repasar nuestras peripecias, volvemos a la rutina de siempre. Ahora hay que asimilar todo lo que hemos vivido estos días.
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