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Luesia
Sierra de Santo Domingo camino de Longás
Longás

Camino de Villalangua debemos cruzar varias veces el río Asabón


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Uncastillo - Villalangua


8 de julio de 2016

Me despierto muy temprano y lo primero que hago es salir al balcón para comprobar el cielo. Las nubes que ayer sobrevolaban la sierra han aparecido de nuevo y caen unas gotas, sin embargo las predicciones no dan lluvia hasta pasado el mediodía.

Olvidándome del asunto, recojo la maleta y voy a desayunar junto a los demás mientras vemos el encierro de los sanfermines. Bajamos los bártulos a la calle y preparamos un poco las bicis.

Antes de las nueve, salimos siguiendo la carretera en dirección a Luesia; en el primer puente que encontramos giramos a la derecha para cruzar el río Riguel. El camino nos lleva hacia las piscinas y poco después cruzamos el barranco por el puente medieval de los Judíos. Empezamos a subir por la margen izquierda del barranco, con tranquilidad y con dolor en unas piernas que aún necesitan calentarse un poco; afortunadamente ya no llueve ni parece que vaya a hacerlo. El esfuerzo hace que nos separemos un poco y debamos reagrupar.

La pista busca la salida natural del pequeño valle y lo logra tras un par de curvas que nos dejan en un cruce múltiple, junto al corral de La Escribana. Solo el GPS nos ayuda a adivinar el trayecto que comienza a descender con fuerza hacia el barranco de Olid.

La temperatura es agradable y el camino, ligeramente descendente, recorre un terreno típico de sierra con una mezcla de arbolado, campos de cultivo de secano y monte bajo. El barranco desemboca en el que trae el río Arba de Luesia y cuando nos acercamos hasta el río tenemos dos posibilidades: ir hasta Malpica de Arba, nuestro trazado primitivo o acortar unos 10 km, mediante un atajo que desconozco cómo es, hasta retomar el track original. Me decido por la segunda opción recordando las previsiones meteorológicas que dan para hoy.

El cauce del río, que debemos atravesar andando entre los cantos rodados, es ancho y dividido en varios cursos de agua de los que solo uno parece más profundo. Mientras, Manolo y Antonio se afanan en echar unas piedras al río, que les salpican de lleno, para hacer una pasarela; los demás lo cruzamos sobre la bici, riéndonos maliciosamente por lo estéril de su trabajo.

Al otro lado nos espera un camino en regular condición que asciende con fuerza  hacia el monte Cervatón y  que en algún momento me hace pensar que no ha sido buena alternativa. Rodeados de carrascas y agrupados, alcanzamos una cota donde el esfuerzo se aligera, aunque seguimos subiendo por un pequeño cordal entre barrancos que nos deja en un cruce donde retomamos el track original. No ha salido mal.

La pista, en muy buenas condiciones, toma dirección norte y se mantiene con un escaso desnivel siguiendo el curso del cordal sobre las estribaciones de la sierra de Luesia que separa el río Arba de Luesia y el río Farasdués. Pedaleamos con bastante fluidez junto a campos de cereal que cuelgan sobre las laderas y cercados por  bosques de carrascas, con la mirada puesta en Luesia que aparece a lo lejos. Un descenso rápido nos deja en la A-1204, a escasa distancia del pueblo y por la que llegamos hasta él.

Sobre el núcleo del apiñado pueblo de Luesia, destacan con fuerza el castillo, la iglesia románica de San Salvador y la iglesia románica de San Esteban –sin culto y centro de interpretación del románico-. Como zona fronteriza que fue, su castillo es restaurado en el siglo XI, pero más tarde el pueblo sufre los avatares de las incursiones musulmanas de Almanzor.

Hoy no vamos a tener otra posibilidad de pasar por un pueblo hasta llegar a Longás y, aunque la última vez que pasé por él había un bar, en la actualidad no estoy seguro, ni tampoco de cómo es el trayecto pues solo lo he hecho en la dirección contraria. Propongo que almorcemos aquí, aunque sean las once menos cuarto de la mañana, y entramos en el bar Puy-Moné.

Una jovial camarera nos atiende con prontitud y nos ofrece unos bocadillos calientes que a la postre son de un buen tamaño. Es del club de montaña del pueblo y hablamos largo y tendido sobre posibles recorridos por la zona y de las sendas que están limpiando. También nos recomienda que otro día pasemos por ahí para degustar unas alubias típicas de la casa.

Una hora después, y con cierta pereza, retomamos el camino. Rodeamos por el norte el pueblo y continuamos en dirección a Uncastillo hasta el km 20 del recorrido donde nos desviamos a la derecha por el camino de Pígalo.

La pista se mantiene a media altura sobre el valle por el que discurre el río Arba de Luesia haciendo de límite entre los campos de labor que se extienden  por nuestra izquierda hasta la orilla del río y el monte con mayor inclinación a nuestra derecha. Esta es ancha y se pedalea con bastante facilidad, además no hace demasiado calor y el día es agradable.

Conforme seguimos camino y el valle se estrecha, nos vamos acercando al cauce y empezamos a ver buenas pozas donde darse un chapuzón. Cruzamos el barranco de Siaskas, que baja por nuestra derecha, poco antes de cruzar el río por un estrecho puente y pasar a su margen derecha. Empiezan a aparecer carteles de madera que indican la distancia al camping de Pígalo, Longás, Biel y Lobera; buenas opciones para explorar en un futuro.

Dejamos a la izquierda una pista- km 26,5- que se dirige al castillo de Sibirana, o simplemente Sibirana,  que es el nombre con el que se conoce a un despoblado del que tan solo se conserva un castillo y la ermita de Santa Quiteria, ambos de estilo románico aragonés.

Poco más adelante llegamos a los pozos de Pígalo y a su camping, del que desconocía su existencia. Últimamente hay gran polémica porque la UE ha catalogado como deficientes sus aguas, pero es uno de los puntos donde acuden más personas para usarlo como zona de baño.

Dejamos el camping a la izquierda – km 27,5-  y volvemos a cruzar el río por otro puente; el camino remonta por las Pasadas de Pígalo gracias a unas recurvas, pero nunca con demasiado desnivel y ya metidos en el pinar. Pronto se abre algo el valle y al final de la subida dejamos a la izquierda una pista que en 11 km llega a Lobera. Un cartel de madera nos indica que quedan 15 km hasta Longas.

No hacemos caso de este desvío y continuamos ascendiendo suavemente en dirección a la Sierra de Santo Domingo, cuyas paredes verticales aparecen frente a nosotros, serpenteando con un pedaleo fácil junto a los montes  que jalonan el camino. Dejamos a la derecha algún desvío que  asciende por el Paco de la Selva y entra en los montes de Biel.

Algo más adelante, poco después de volver a cruzar el río, llegamos a otro cruce importante y que ya conozco bien: por la derecha se asciende hasta Collada Pina, bien conocida por nosotros gracias a los recorridos que hemos realizado por la sierra de Santo Domingo y Biel, pero hoy seguimos por la izquierda en dirección a Longas.

Remontamos por una ladera sobre una zona de pastos que este año están más verdes que de costumbre y dejamos a nuestra izquierda –desgraciadamente lo he sabido más tarde y no nos acercamos a visitarlo- el yacimiento arqueológico de los Corrales de Calvo que son los restos de un antiguo monasterio, asentamiento en frontera, prerrománico, que data del 1030 o 1035 y fundado por  Sancho III el Mayor de Navarra. En su entorno, afloran cimentaciones de dependencia monacales y enterramientos de peregrinos, algunos con la concha de Santiago junto a sus restos. Se halla cubierto por un tejado metálico.

Continuamos ascendiendo por la margen izquierda del barranco Luzientes con la sierra del mismo nombre también a la izquierda. Comienzan a aparecer corrales y campos de labor lo que quiere decir que no estamos muy lejos de Longas. Hemos entrado en la Sierra de Santo Domingo y a ambos lados del camino aparecen barrancos profundos y crestas de roca que sobresalen entre los bosques.

Seguimos ascendiendo y en el km 39 dejamos a nuestra derecha la pista que asciende a la ermita de Santo Domingo, emplazada en el punto más alto de la sierra, a 1.524 m de altitud, posiblemente en el lugar en que en la Edad Media estuvo el monasterio de San Esteban de Orastre, relacionado con el existente en el Corral de Calvo.

Poco después llegamos a Cerro Soto, el punto más alto antes de descender al fondo del valle en el que ya se ve el pueblo de Longás. Desde aquí las vistas son magnificas y el día acompaña. Todo es digno de fotografiarse y la sierra está de un verde deslumbrante y limpio, me imagino que fruto del agua que ha caído en las tormentas que vimos ayer.

Nos preparamos para el fuerte descenso que se adivina frente a nosotros. Me adelanto para filmar a los compañeros, pero casi no me da tiempo ni de sacar la cámara. Ahora bastante tengo con intentar alcanzarlos antes de que empiecen unas amplias curvas que nos permiten llegar al pueblo, situado en lo más profundo del valle, tras atravesar el río Onsella.

Longás ya lo conozco, pero haciendo memoria me doy cuenta que pasé por él hace diez años. ¡Cómo pasa el tiempo!

Entramos por sus callejuelas jalonadas de casas de piedra hasta el hostal “Os Tablaus”. En principio solo nos vamos a detener un rato para tomar unas cervezas, pero veo que en la mesa de al lado unos trabajadores se comen un plato de paella. Son las dos de la tarde y la verdad es que tengo hambre; del bocadillo de Luesia no nos acordamos ni mi estómago ni yo.

- ¿Le queda algo de paella? –pregunto a la dueña.

- Solo un par de raciones, pero si esperáis media hora os hago una paella – me contesta mientras miro a los demás que hasta ahora parecían inapetentes.

- Vale- contestan sin dudar demasiado y con cara de alegría, sobre todo Antonio.

Mientras charlamos y sometemos a un intenso interrogatorio al propietario sobre caminos,  lugares y asuntos de su vida cotidiana, su mujer nos prepara una paella que viene acompañada de unas grandes fuentes de ensalada. Durante el café aprovechamos para charlar con otro grupo de comensales que conocen bien la zona y que resultan ser un forestal y el alcalde del pueblo. Me aportan un montón de información a la que procuraré dar utilidad en próximas salidas.

La corta parada se ha convertido en dos horas bien aprovechadas. Las cuatro de la tarde no es una buena hora para comenzar a pedalear por el fuerte repecho que nos queda hasta superar el puerto que nos separa de la vertiente oscense, pero no queda otro remedio y sé que una vez coronado solo nos quedará descender por su vertiente este.

Cuando comenzamos a pedalear, en el cielo se empiezan a vislumbrar unas nubes de tormenta, pero las predicciones ya han fallado pues debería estar lloviendo en estos momentos. Decidimos subir con tranquilidad por una pista asfaltada, que cada vez lo es menos, sobre la que cae un sol de justicia. Son cinco kilómetros que se hacen pesados y en los que paramos a menudo para guarecernos del sol y disfrutar del paisaje, a la par que recorrer con la vista las numerosas pistas que atraviesan la sierra en dirección a Bagües y que nos dieron algún quebradero de cabeza en una exploración anterior de esa zona.

El ascenso se va haciendo más suave y al final llegamos al Portillón del Solano o collada de Xabierre, límite entre las provincias de Zaragoza y Huesca.
Una cancela marca el final de la subida y nos reagrupamos junto a ella. Una leyenda habla de falordias o grupos de bandoleros que se apostaban para asaltar a los viajeros en este paso, para luego huir a ocultarse en alguno de los numerosos “foraus” –cuevas- que hay en la zona.

Ya solo nos queda descender por la pista que ahora es de tierra y que se adentra en pinares bien cuidados con modernos cortafuegos. Descendemos con rapidez junto al nacimiento del río Asabón que de una u otra forma nos acompañará hasta el final de la etapa. La pista desciende hasta el puerto de Santa Bárbara, pero nosotros nos desviamos a la altura de Pardina Pequera tomando otra pista que desciende a la derecha.

Serpenteamos en el inmenso pinar para seguir a media altura el cauce del río Asabón y dejamos a la derecha la pardina de Nueveciercos. La pista parece más arreglada, pero con abundante tierra suelta a partir de un cruce –km 57- con otra pista que nace en la subida del puerto de Santa Bárbara, y es parece que están sacando madera de los montes cercanos.
Sin perder la dirección llegamos a la Pardina del Chaz donde salimos de la pista mejorada y tomamos un camino peor que en teoría pronto debería permitirnos llegar a destino, pero las cosas han cambiado desde la última vez que pasé por aquí hace un par de años.

Este tramo se corresponde con la llamada “ruta de los pies mojados” por las veces que hay que cruzar el río, pero alguna avenida lo ha destrozado en muchos puntos de tal manera que nos vemos obligados a pedalear o andar por un cauce lleno de grandes piedras y donde los vados que antes podíamos pasar montados, ahora son imposibles de ciclar.

Al principio intentamos pasarlos sin mojarnos, pero al final lo hago cruzando el río andando por él con el agua hasta la rodilla en algún caso. Los demás acaban por imitarme, en algún momento incluso con la bici sobre la cabeza.

A ratos pedaleando y en otros imaginando por donde va el camino, vamos solucionando la situación. Nos cruzamos con un grupo de niños que están acampados en las proximidades y que se quedan perplejos al vernos atravesar a pie por medio del río.

Este tramo, aunque corto en distancia, no lo es en tiempo, pero por fin llegamos al camino bien conservado y por el que nos acercamos hasta Villalangua para ser recibidos por César, al que no hemos visto en todo el día, en la puerta de La Posada de Villalangua.

Nos sale a saludar el dueño del hotel y le comentamos que no es la primera vez que estamos en este lugar y que nuestras fotos ya están en su web. Pronto nos acomodamos en la coqueta antigua casa Gabás, construida a mediados del siglo XIX como casa de labor y actualmente reconvertida en posada.

En el cielo hay algunas nubes lejanas de tormenta, pero pronto se van desvaneciendo. Decidimos sacar el bañador por primera vez en la ruta para ir al río y nadar en unas pozas cercanas que nos ha recomendado el dueño de la posada. El agua está caliente en la superficie, pero por el fondo corre una fría corriente de agua que hiela los pies. Disfrutamos del río Asabón como unos auténticos sirénidos.

De vuelta a la posada, aprovechamos para terminar de copiar datos en el ordenador de Michel y disfrutar de los veladores situados a pie de calle desde donde tenemos unas vistas privilegiadas de la cara norte de la sierra de Santo Domingo,  la Foz de Salinas y el Portillo de la Osqueta, espectacular formación rocosa y protagonistas del sendero PR-HU97 de interés internacional por su alto valor biológico, geológico y ornitológico, destacando una colonia muy numerosa de buitre leonado en sus roquedales.

Pronto aparece más gente del pueblo, alguno antiguo compañero de trabajo de Antonio, y entre tertulia y tertulia llega la hora de cenar, esta vez con platos muy elaborados propios de la alta cocina. Es nuestra última noche antes de llegar a casa y estiramos la velada todo lo que podemos.

Mientras unos vecinos apuran unos refrescos en los veladores, nos retiramos a las habitaciones. Duermo con Pedro y mientras llega el sueño, aún tenemos tiempo de proponer ideas para la ruta del año que viene, somos imparables. Pedro piensa que podíamos hacer una ruta que recorra castillos relevantes por Castilla; ahí queda.

Al final la etapa ha tenido 66 km con 1587 m de desnivel acumulado y 5 h de pedaleo.

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