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Atravesando la Ría sobre la cabina del puente
Ascendiendo sobre Bilbao acompañados de la niebla
Ascendiendo acompañados de mal tiempo, pero con vistas preciosas

Dura etapa a pesar del escaso recorrido


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Bilbao - Huesca
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Bilbao - Sopuerta

2 de julio de 2016

Amanece un día otoñal. Durante la noche me he levantado un par de veces y he comprobado que caía una fina llovizna. Me acerco a la ventana y compruebo que ahora llueve algo más. Las nubes bajas cubren la ciudad y solo puntualmente podemos adivinar los montes por los que deberemos pedalear.

Nos vestimos con la ropa de bici y esperamos a que los demás lleguen, mientras comentamos las posibilidades para el día de hoy. En el fondo de mi interior tengo la sensación de que al final podremos pedalear. Lo mejor va a ser dejarse llevar por las circunstancias.

El resto del grupo llega puntual. Ahora cae una ligera llovizna que tan apenas moja. A la espera de que mejore el tiempo, nos vamos a desayunar. Los locales están cerrados, lo que me extraña pues es sábado y  son las nueve pasadas, pero al final encontramos en uno pequeñito, el bar San Juan, que atiende una chica joven.

Pedimos unos cafés con leche y los “cola-caos” de rigor, mientras los ojos se nos van detrás de unas tortillas que la chica saca a la barra. Rápidamente damos cuenta de ellas. Entre charla y charla vamos saliendo a comprobar el cielo. Las nubes bajas pasan con rapidez y son sustituidas por otras. Las cimas de los montes cercanos aparecen y desaparecen  continuamente entre la niebla.

Se levanta una ligera brisa y Borja comenta que en Bilbao debes seguir a las gaviotas: si el aire sopla del norte las lleva hacia la población, es decir a casa, y si sopla del sur las lleva a la playa. A mí me parece que sopla del norte, pero con el grado de desorientación que tengo, solo puedo suponerlo.
Los minutos pasan lentos, pero como parece que el tiempo se estabiliza, decidimos volver a la casa de Pedro. Metemos los bultos en la furgoneta y preparamos nuestras bicicletas.

Cerca de las doce del mediodía iniciamos la marcha. Comienza la ruta de verano en un día absolutamente otoñal; vaya paradoja. La temperatura es agradable a pesar de lo que el paisaje nos ofrece.

Borja se convierte en el guía al que todos seguimos. Descendemos en fila india por asfalto desde Mendibile en dirección a Las Arenas por un laberinto de calles, siempre en dirección a la ría del Nervión. En el último giro, ya junto a la ría, aparece la gigantesca estructura metálica del puente de Vizcaya de la que cuelga mediante unos largos cables una moderna barcaza en la que coches y transeúntes la cruzan en pocos minutos. Previo pago, también es posible cruzarla por la pasarela que hay en lo más alto de la estructura y a la que se accede por unos ascensores.

Pedimos a un paseante que nos haga la foto oficial de grupo; los ocho que al final quedamos.

Por fin, junto a varios coches y numerosos peatones, entramos en la barcaza sin haber conseguido saber cómo se sacan los tickets. Que provincianos somos los oscenses, pero los dos lugareños, Pedro y Borja, tampoco saben cómo hacerlo. Pagamos directamente al responsable y medio enfadado nos dice que luego nos lo explica. En pocos minutos, mientras Pedro parece despedirse de su casa, la barcaza cruza silenciosa la ría en dirección a Portugalete. Al acabar el trayecto, el cobrador nos lleva hasta la expendedora automática y nos da unas explicaciones a las que yo no presto demasiada atención. Tengo otros pensamientos en mi mente.

Con Borja como guía, atravesamos las primeras calles de Portugalete. Pronto giramos a la izquierda para entrar en una fuerte cuesta que ya nos dirige hacia los montes cercanos. Aún debemos atravesar toda la ciudad para salir de ella por un carril bici que cruza por un largo paso elevado la autopista. Entramos en el valle de Trápaga y enseguida llegamos a Trapagaran.

Hacemos una breve parada para que Borja salude a su hermano.

Ascendemos por una carretera que, tras unas fuertes curvas, nos deja junto a una pista que se introduce en el bosque. Entramos en ella y comenzamos a ascender de forma cómoda por la ladera del monte. A nuestra izquierda va apareciendo cada vez más nítida toda la zona urbana y la desembocadura de la ría. Las nubes parecen estar algo más altas, pero nosotros vamos a su encuentro.

A pesar de la llovizna caída, el terreno no está embarrado. Mientras voy filmando con mi cámara habitual, aprovecho este momento de relajamiento para probar mi nueva cámara de acción que llevo en el pecho. He tenido pocas oportunidades de usarla y aún me siento algo incomodo con ella.
Siempre con Borja a la cabeza, continuamos ascendiendo por unos parajes en los que la niebla ligera y una luz tenue, crean una atmosfera muy relajante y especial que mitiga casi por completo el esfuerzo del pedaleo. La bicicleta de Antonio y su chubasquero, ambos naranjas, destacan como un farol en medio de la niebla.

En una de las paradas podemos contemplar todos los pueblos que nacen junto a la ría  y que se extienden a ambos lados sin apenas separación entre ellos.

El camino continúa ascendiendo por las laderas de Peña Moro y vamos entrando en una zona más arbolada hasta cambiar de vertiente. A la izquierda vemos, al fondo de un estrecho y verde valle, el embalse de Gorostitza. Dejamos a la derecha el pico Argalario mientras nos desviamos por una pista, algo más empinada y embarrada, en la que aparecen los numerosos troncos apilados de una saca de madera. Pronto salimos del bosque y entramos en unas praderas en las que nos topamos con la carreterita de acceso a un repetidor de telecomunicaciones semejante al Pirulí de TVE. Hemos llegado al alto de Mendibil, nuestro primer ascenso del día. Una manada de preciosos caballos nos recibe sin inmutarse ante nuestro paso. Desde este alto podemos ver de nuevo todos los pueblos de la ría. Hemos ascendido unos 500 m y solo llevamos 17 km.

Son las dos de la tarde. Borja nos comenta que un buen sitio para comer podría ser La Arboleda, un pueblo cercano y por el que debemos pasar. Todos de acuerdo.

Tomamos los restos de una senda que poco a poco se hace más ancha y que desciende con fuerza. Es el momento de probar la cámara de acción, así me puedo dedicar a disfrutar de la rápida bajada. La senda se transforma pronto en camino de mala calidad, mientras cruzamos entre las vacas que nos miran tranquilas. En poco más de un kilómetro salimos a una pista asfaltada. Ya se ve el pueblo a nuestros pies, y junto a él, unos lagos artificiales surgidos como fruto de la inundación de las antiguas minas de hierro para evitar que la gente accediera a ellas. Me detengo para hacer unas fotos, pero pronto alcanzo al resto del grupo.

Rodeamos  el pueblo de La Arboleda por el este hasta llegar a un parquin donde se sitúa una zona recreativa. Desde aquí podemos ver mejor los lagos de un color azul intenso. A nuestro alrededor se muestran vagonetas de varias formas, usadas en la antigua explotación minera.

Llamamos a César para comunicarle nuestra situación; mientras tanto, nos adentramos en el pueblo. Este era,  durante el siglo XIX, un barrio minero del valle de Trápaga - Trapagaran donde se extraía mineral de hierro. Paramos junto a la sede de UGT que, según nos cuenta Borja, fue el lugar donde nació este sindicato.

César llega pronto y nuestros amigos anfitriones encuentran pronto un lugar donde comer, además tenemos sitio para dejar las bicis a buen recaudo. Es el bar - restaurante Zamarripa. Pedimos el plato típico de la zona, unas alubias con sacramentos.

El momento es propicio para relajarse, de momento el día aguanta y la ruta es muy bonita. A esto acompaña una agradable música de fondo mientras esperamos la comida. Pronto nos sacan los pucheros con las alubias, están de muerte, entran como si nada y repito hasta tres veces. Luego vienen los sacramentos a base de colesterol puro y no tardamos en dar cuenta de todo. Con tanta alubia nuestro futuro cercano puede ser terrible. Tras los postres caseros llega el café y aquí vamos a descubrir una constante en casi toda la ruta; no conocen el carajillo de María. Tenemos que explicarle a la extrañada camarera como se hace. La costumbre aquí es quemar el aguardiente y le explicamos que solo hay que añadirlo al café, pero sin quemarlo.

Después de dos horas de relajo, retomamos la ruta ascendiendo por una pista asfaltada en dirección a Peñas Negras, lugar donde se encuentra un centro de interpretación minera. César nos adelanta y nos espera allí.

Comienzan a caer unas gotas de agua y la niebla aparece baja. Pronto llegamos al centro de interpretación que aparece entre la niebla con César preparado para hacernos unas fotos. No nos detenemos y nos desviamos por una pista que asciende rodeando por el este Peña Mayor. La comida comienza a pasar factura y cuando llegamos a la zona de Cantera Nueva y reagrupamos, Michel aparece desencajado y jadeante sin poder evitar reírse de su estado. Borja decide acortar el recorrido inicial pues llevamos tiempo de retraso.

Dejamos la pista principal y tomamos otra más estrechita que llanea en medio de un paisaje fantasmal en el que la niebla tan apenas deja ver la copa de los pinos. Alcanzamos la cota de los 700 m y rodeamos La Rosario. Cambiamos bruscamente de dirección y comenzamos a descender con rapidez por un terreno descarnado que invita a jugar con la bicicleta.

Al llegar junto a una gran sima, nos detenemos. Es muy profunda y nos comenta Borja que un amigo suyo se mato allí con la bici al caer dentro de ella. Por todas partes, en la medida que hoy se puede ver, aparecen las cicatrices de antiguas explotaciones mineras.

Continuamos el descenso con rapidez y llegamos a la zona conocida como los Hoyos de Garapite. Al acabar la bajada aparece una fuerte rampa en la que esperamos para ver si Antonio es capaz de subirla, pero a mitad de ella echa pie a tierra, así que como un movimiento reflejo, los demás hacemos lo mismo. Afortunadamente es corta y el camino se hace de nuevo llevadero.

Entre la fuerte niebla aparece el maltrecho esqueleto del antiguo hospital minero del Sauco. Una breve parada y reiniciamos la marcha hasta llegar, bajo la Peña Pastores, a una pista en mejor estado. Salvo por algún desnivel puntual, el camino es todo en descenso. Aún nos da tiempo para detenernos en una fuente, ya que a pesar del aparente día fresco, sudamos profusamente y hay que reponer líquidos. Hay un vaso de metal sujeto con una cadena tan pesada que casi es imposible levantarlo y beber.

Retomamos el camino y no paramos de descender por una pista en buen estado que, con algunas curvas en zig – zag, pierde rápidamente altura. Al final llegamos a unas naves industriales y entramos en la vía verde de los Montes de Hierro que acaba en Traslaviña. En teoría, de ahora en adelante, solo nos queda seguirla hasta su final.

Cruzamos una carretera y volvemos a retomar la vía verde. Como parece lógico todo el tramo es llano y pedaleamos con comodidad junto al río Galdames.

Rodeados de árboles y una fuerte vegetación, vamos devorando los kilómetros sin dificultad hasta un punto en el que Pedro ya me había comentado que podíamos tener dificultades; El Arenao. Están trabajando sobre la vía verde enterrando unas canalizaciones a lo largo de unos tres kilómetros y el guarda de seguridad les comento a Borja y Pedro que si llegábamos cuando las obras estuvieran detenidas podríamos pasar, pero no es así, están en pleno trabajo. Tenemos dos opciones: vamos por carretera hasta retomar la vía verde o seguimos por asfalto hasta nuestro lugar de pernocta. Son casi las siete de la tarde, así que nos  decidimos por la segunda opción, bastante suerte hemos tenido hasta ahora con que el tiempo nos haya respetado.

Tras una suave subida llegamos a Mercadillo y casi sin dejar de circular entre casas aisladas, entramos en San Martín de Carral en menos de 20 minutos.

Nuestro alojamiento lo reconocemos de inmediato, es un caserío llamado Lezamakoetxe. Un lugar idílico, muy bien cuidado, situado a las afueras del pequeño pueblo. La casa parece sacada de un cuento y allí nos esperan César y la dueña. Las habitaciones ya las ha repartido César y voy a dormir con Manolo y Antonio, los tres abuelos juntos. Ocupamos la habitación Ganeko Gorta. Tras el merecido aseo, aún tenemos tiempo para lavar, tender, y secar la ropa, aprovechando que ahora sale tímidamente el sol.

Bajo a fotografiar el entorno antes de acercarnos al bar del pueblo a ver el partido de futbol de la Eurocopa. Me encuentro a Borja preparando un picoteo con el que nos quieren agasajar ambos anfitriones. Llegan los demás y la cadena de televisión en la que dan los partidos, no se ve. Este es un reto que Antonio no puede dejar pasar y comienza a cavilar posibles soluciones. Antes, brindamos juntos por todos nosotros y por la ruta.

Nos acercamos al bar para tomar algo, ver el partido de futbol y si se tercia cenar. Nadie habla de esto último, pero yo tengo hambre. Nos conformamos con unos pinchos mientras a mi olfato le llegan los vapores olorosos de unas hamburguesas caseras y carne a la plancha que se están comiendo unos catalanes que se sientan a mi lado. Se me van los ojos y la boca.

Como el partido acaba con prorroga, volvemos al caserío. Antonio casi lo ha conseguido y podemos ver el final del partido. Como acaba en penaltis, nos subimos a verlos en la habitación.

En la calle a refrescado y se agradece que la cama esté bien surtida de ropa. Solo acomodarme en ella, caigo dormido con el rumor de los locutores del partido como música de fondo.

Al final la ruta ha quedado reducida a 46 km, pero con 1616 m de desnivel acumulado y 4 h de pedaleo. No está nada mal teniendo en cuenta los malos presagios con los que nos hemos levantado.

 

 

 

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