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Precioso recorrido con la Sierra Salvada al fondo

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Sopuerta - Orduña

3 de julio de 2016

He dormido de maravilla; acurrucado en la cama y tapado hasta las orejas, solo me despierto al oír sonar la alarma del reloj de Antonio. De forma ordenada, nos preparamos para la salida y antes de las ocho bajamos a la calle para preparar las bicis con una buena limpieza y engrase de las partes móviles. Miro la dirección en la que sale el sol y es justo la opuesta a la que me imaginaba. ¡Miguel, céntrate!

La dueña del caserío nos prepara un suculento desayuno a pesar de ser una hora temprana; queso, morcilla, chistorra, miel, mantequilla, mermelada, jamón, galletas, zumos naturales, café, leche, tostadas, cereales, talo –una tortita de maíz, típica del país vasco, con la que se envuelven los diversos productos-, etc. Como para un regimiento.

El lugar donde hemos pernoctado estaba en un principio fuera de la ruta original, pero problemas para podernos alojar en Balmaseda nos obligaron a buscar el lugar más cercano donde pasar la noche. Esto alarga la ruta de hoy en más de 16 km sobre lo previsto originalmente y se suman a la corta, pero exigente etapa original. Espero que esto no nos suponga un gran problema.

Poco antes de las nueve, previa foto de grupo, salimos por la BI-2701 en dirección a las Casas de Avellaneda. El sol luce en el valle, pero hay una espesa niebla en la dirección hacia la que se dirige la ruta. La carretera tan apenas asciende, alcanzando muy pronto un pequeño collado donde nos espera César para convenir nuestro siguiente encuentro.

En un momento la niebla ha desaparecido, descendemos y enseguida cruzamos el pequeño núcleo de Avellaneda. Junto a Otxaran dejamos nuestra carreterita y entramos en la BI-3602, de similares características, que tras atravesar unas casas diseminadas llamadas La Flor, nos deja en Mimetiz, pueblo perteneciente al concejo de Zalla. Es domingo y en el pueblo tan apenas encontramos a nadie. Lo cruzamos por una zona de moderna construcción sin nada a destacar.

A la salida cruzamos por un puente el río Cadagua y enseguida tomamos a la derecha un carril bici que poco a poco nos acerca de nuevo al río, mientras se transforma en un bonito sendero cubierto de arbolado. El río Cadagua nos acompaña a nuestra derecha hasta que lo cruzamos por un puente peatonal. Pedaleamos junto a las vías del tren por un carril bici adoquinado hasta llegar a una pradera con varias casas y una iglesia o ermita -Bolunburu creo que se llama-, en la que nos cruzamos con paseantes madrugadores, y que termina en una carreterita asfaltada junto a La Herrera. Sin ningún desnivel y a buen ritmo entramos en Balmaseda siguiendo el cauce del río Cadagua.

Llegamos a lo que debería ser inicio de la etapa de hoy. Hemos hecho estos 16 km en poco más de una hora y teniendo en cuenta el ritmo que solemos llevar en estas aventuras de larga duración, lo hemos hecho relativamente rápidos.

Entramos en el pueblo junto a la iglesia de Santo Cristo de San Severino, templo gótico del siglo XIV o XV, y en la plaza en la que se asienta vemos que están celebrando un evento deportivo. Esta puede ser la causa por la que no encontráramos alojamiento en este bonito pueblo. Lo cruzamos por una de sus antiguas calles buscando una salida hacia el viejo puente sobre el río Cadagua que se construyó en la edad media como punto aduanero en el comercio con Castilla ya que era el único lugar por el que se podía atravesar.

Comienza ahora el duro trayecto hacia Orduña. Seguimos, mientras podemos, por camino de tierra hasta que finalmente debemos entrar en una carreterita, la BI-624-, que asciende de forma continua, pero llevadera, hasta entrar en tierras burgalesas. Poco antes de coronar el puerto y por un terreno mucho más abierto, llegamos a Antuñano, perteneciente al valle de Mena.

Por primera vez en la ruta aparecen campos de cultivo salpicados de praderas donde pasta el ganado. A nuestra derecha de abre el valle y al fondo divisamos la sierra Carbonilla que tiene unos enormes cortados.

Comenzamos a descender suavemente, sin apenas cruzarnos con ningún vehículo, hasta un cruce de carreteritas situado en la parte más baja del valle.

De nuevo comenzamos a ascender hasta sobrepasar Santa Coloma y entramos en la provincia de Álava. Pronto llegamos a un collado en el alto de Los Heros, comenzamos a descender por la A-624, y en poco más de un kilómetro llegamos al Santuario de Nuestra Señora de la Encina. Nos detenemos para reagrupar y hacer unas fotografías. Es una construcción bastante grande de estilo gótico con partes renacentistas. Se construyó en 1498 junto a una encina en la que, según cuenta la leyenda, se apareció la Virgen a un pastor. Este la encontró cuando una rama se partió y en el hueco que dejó estaba la Virgen sedente. De la herida del árbol manaba aceite.

En poco más de un kilómetro entramos en Artziniega.  Enseguida adivinamos donde está el bar para reponer fuerzas. Un montón de ciclistas de carretera están almorzando en sus veladores. Aparcamos nuestras bicis y aprovechamos el primer hueco para tomar algo; unas cervezas y un bollo preñado, pero el mío debe estar de pocos meses porque el relleno es más bien escaso. Aprovecho para hacer unas fotos del pueblo mientras nos preparamos para retomar el camino.

Salimos del pueblo por la avenida Amezola y tomamos el primer desvío a la izquierda para entrar en el barrio La Hormaza. Seguimos sin perder dirección por la A-4624 y en un kilómetro llegamos a Sojoguti. Es una pequeña aldea separada en dos por la carretera. Salimos entre las casas por una pista asfaltada que nos lleva hasta lo que parece ser una ermita, la rodeamos, y comienza una durísima subida, no demasiado larga, que nos obliga a serpentear como podemos hasta llegar al barrio de Barruelo donde, junto a unas casas agrícolas, se conservan las ruinas del enorme torreón fundado en el siglo XVI por Lope Saenz de la Cámara, que unió a las familias de Orive Salazar.

Antes de llegar a las últimas casas, giramos a la izquierda para entrar en un mal camino que asciende en dirección al pico de La Cruz, con tramos en los que el pedaleo se hace difícil por el desnivel, pero sobre todo por las profundas y múltiples rodadas que encontramos. Finalmente se convierte en senda que nos eleva sobre el valle entre bosques y zonas de pradería. Un gran árbol caído nos obliga a realizar salto de vallas, sin más contratiempos que la dificultad propia de la edad para hacer contorsiones. Ya de nuevo por camino, llegamos al alto del collado y descendemos hasta una pista asfaltada. Ha sido algo menos de un kilómetro y medio desde Barruelo, pero nos ha costado un buen sofocón.

Ahora, en rápido descenso, llegamos en unos minutos a La Costera. Este pueblo, Opellora en euskera, se divide en cuatro pequeños barrios, algunos ubicados en la ladera del monte Zaballa. Estamos en el valle de Ayala y cuenta la historia que la Tierra de Ayala era una “tierra de nadie” entre Vizcaya y Castilla, una tierra muy apetecible, pero que ni castellanos ni vizcaínos se atrevían a poblar por no incomodar a sus vecinos.

"En el tienpo que reinava el rey don Alonso en Castilla que ganó a Toledo vino un fijo vastardo del Rey de Aragón que llamavan don Vela a lo servir. E andando este rey don Alonso a correr monte sobre las peñas de Mena, vio d'ençima la tierra donde es agora Ayala, que no era poblada, que se llamava la Sopeña; estando el Rey sobre la peña de Salbada, dixiéronle los cavalleros que por qué no poblava aquella tierra e díxoles que la poblaría, si oviese quien lo poblase. E aquel conde don Vela de Aragón pidióle por merçed que gela diese e qu'él la poblaría. E algunos que allí estavan, que lo querían bien, dixiéronle:
- Señor, áyala. (Señor, ¿está hecho?)
- E el Rey dixo:
- Pues áya la. (ahí hela)
- E por esto ovo nonbre Ayala e llamóse conde don Vela, Señor de Ayala. E poblada aquella tierra de vascos e de latinados, morió e está sepultado en Santa María de Respaldiça.

Tras cruzarlo, descendemos hasta el cercano pueblo de Retes de LLantero. Antes de entrar en él, cruzamos el río Ibaizabal y vemos que están o han estado de fiestas. Un grupo de paisanos que parecen recoger los restos de una celebración se fijan en nosotros.

- ¡Llegáis tarde, la fiesta acabó ayer! - nos comentan entre risas.

El track nos hace desviarnos sin entrar en el pueblo, justo por donde están limpiando. El camino describe una amplia curva a la izquierda mientras remonta suavemente los prados, ofreciéndonos una preciosa vista del valle salpicado de pastos vallados, pueblos y caseríos en sus laderas. Pronto, tras un corto ascenso, llegamos al barrio de Retesuso –Retes de Arriba en castellano antiguo-. Dejamos el camino principal y giramos a la izquierda para cruzar este barrio compuesto por unas pocas casas para seguir ascendiendo bajo árboles que nos protegen del sol, pero no del calor, hasta un pequeño collado donde descansamos. A poca distancia, el track nos devuelve al camino que hemos abandonado antes.
Vemos cerca nuestro siguiente objetivo, el pueblo de Beotegui –lugar o cuadra de yeguas en etimología vasca- situado en las laderas del monte Peregaina. Antes de continuar el descenso entramos en el pueblo en busca de una fuente que imaginamos junto a la iglesia, pero no la encontramos.
Poco después de comenzar a pedalear, me detengo para hacer unas fotos del ganado con la sierra al fondo. Cuando alcanzo al grupo, veo que están parados y que me gritan para que haga lo mismo.

-¡Para, para Miguel! – Yo, que soy muy obediente, me detengo en seco para ver qué pasa.

-La vaca le ha dado una embestida a una mujer y la ha tirado fuera de la carretera – me comentan a coro.

Me doy cuenta de que la vaca está acompañada de un ternero pequeño y otro más grande. Mientras, varias mujeres se afanan miedosas en sacarlos de la carretera para que vuelvan al prado, pero la vaca está con los ojos fuera de las órbitas. De manera instintiva y en medio de la carretera, ponemos nuestras bicis por delante como si nos fueran a proteger de algo.

- Como venga,  yo me subo encima de esas pacas de paja– comenta Chavi.

En ese momento baja en bicicleta y a toda velocidad un chaval joven al que intentamos detener. No nos hace ni caso y se acerca gritando al animal. Este le da un testarazo que lo saca de la bici y sale corriendo a la pata coja y descalzo –lleva una pierna escayolada- gritando frases que aquí no puedo reproducir por respeto al que lea esto.

Baja otro ciclista de carretera y tampoco nos hace caso, pero este tiene más suerte y, justo cuando pasa, la vaca se mete en el prado saltando la valla.

Las mujeres están descompuestas, sobre todo la más mayor que parece ser la madre de la chica embestida. A partir de ahora miraremos a las vacas con más respeto, por si las moscas.

Pasado el incidente, seguimos el cómodo descenso y dejamos a la izquierda el hotel Los Arcos de Quijana. Enseguida llegamos a un rincón en el que aparece un gran monasterio fortificado. La torre defensiva me recuerda a la de Abizanda en Huesca. Entramos a visitarlo y aprovechamos para cobijarnos bajo unas sombras y comer algo. Aquí sí que podemos y debemos abastecernos de agua ya que desde Artziniega no hemos tenido contacto con César y se supone que ya no lo veremos hasta Orduña.

Es el Monasterio de Quejana. Antiguo solar de los Ayala, linaje muy vinculado a la villa. Quejana se convirtió en lugar privilegiado para la defensa en la época medieval debido a su estratégica posición. En 1.378 se fundó un convento de monjas dominicas que hoy en día es el núcleo principal del complejo de Quejana. La Iglesia de San Juan guarda las reliquias de la Virgen del Cabello, además de un retablo y varios sepulcros de tres generaciones de los Ayala. En las inmediaciones, la Casa de los Ayala permite ver un modelo de construcción militar del siglo XIV.

El descanso nos sienta bien, pero me quedo con ganas de ver mejor todo este conjunto. Es una etapa extraña; aunque es corta parece que no avancemos en distancia. Llevamos unos escasos cuarenta kilómetros de camino.

Retomamos el asfalto, pero esta vez con dirección Menoio, pueblo al que dejamos a nuestra derecha en lo alto de un promontorio. En una curva dejamos el asfalto y entramos en un camino que nos lleva hasta un abrevadero donde una familia se afana en llenar un tanque de agua con una bomba que apenas funciona. Nos quedamos unos instantes con ellos y proseguimos el pedaleo por un terreno suave rodeado de campos de labor y pastizales con la Sierra Salvada a la derecha y elevado sobre un amplio valle por el que pasa una antigua ruta jacobea.

El camino empeora y, más descarnado, comienza a descender rápidamente. Aprovecho para disfrutar de la bajada y pongo en acción la cámara deportiva para evitar caídas. Atravesamos el pequeño pueblo de Maroño dejando a la izquierda la iglesia de San Pedro.

Entramos en una carreterita que en descenso nos deja junto al pantano de Maroño, llenado por los ríos Salmantón e Idas, y que rodeamos hasta cruzar su cola. Por una suave carreterita por la que pedaleamos agrupados, llegamos a Aguiñaga, un pequeño pueblecito cuyo nombre en euskera significa “lugar de tejos”. Hace mucho calor y ya tenemos hambre, al fin y al cabo no hemos comido tan apenas. Borja está bastante cansado y descarga una retahíla de ocurrencias que provocan la risa de todos porque andamos por el estilo. Aprovechamos para beber agua fresca de la fuente que hay junto a la iglesia de la Purísima Concepción,  comer algo y probar unos geles que, en mi caso, creo que están caducados ¡Lo que hace el hambre!

Estamos a los pies de Sierra Salvada y cuando miro a mí alrededor no veo más opción para salir de allí que ascender para pasar por alguno de sus collados. Entramos en un camino que sube sin demasiada intensidad entre prados y zonas de bosque, pero el calor es muy intenso y  duelen las piernas. Debemos hacer alguna que otra parada mientras rodeamos por su base el monte Tologorri.

El camino deja de subir y pasamos junto al caserío de la Venta Fría. Entramos en una pista asfaltada que nos deja en Lendoño de Arriba, pueblo que ya pertenece a Orduña.

Descendemos por la pista asfaltada a buena velocidad y llegamos a las Campas de la Choza, una zona recreativa donde a posteriori me entero que hay un dolmen y que por las prisas no vemos.

En un precioso descenso llegamos a las inmediaciones de Orduña. Con Pedro, me detengo junto al Santuario de la Antigua y a pesar de mis gritos, los demás no lo ven. Ya se han puesto las anteojeras, parece que solo tienen ganas de llegar. La fundación de la iglesia de Nuestra Señora de Orduña está relacionada con una antigua leyenda. Según esa historia, repetida hasta la saciedad por toda la geografía española, un pastor halló milagrosamente una imagen de la Virgen enredada entre las ramas de una morera al pie del monte Txarlazo ¡Estos pastores encuentran vírgenes por todas partes!

Reagrupamos a la entrada de Orduña y entramos en la ciudad en dirección al centro donde nos espera César que ya ha contactado con la casa donde vamos a dormir. En la plaza Fortificada de los Fueros se encuentra la iglesia de de la Sagrada Familia.

Decidimos ir a comer antes de ir a Lupardika, la casa de turismo rural que hemos reservado. Buscamos por las calles aledañas y pronto encontramos un local, del que lamentablemente no recuerdo el nombre, donde a pesar de la hora y de ser domingo, nos van a preparar lo que puedan. Nosotros se lo agradecemos pues estamos muertos de hambre. Un bollo poco preñado y un gel caducado no son comida para el esfuerzo de hoy. Unas jarras de cerveza, unos pichos, unas pizzas, postre, y café, nos aplacan el estómago.

Más tranquilos, nos acercamos hasta el alojamiento. Este lugar, reservado por Borja, ha sido providencial pues estaba bastante complicado en un principio. Tras repartirnos las habitaciones, hoy tengo el privilegio de dormir solo, poner un par de lavadoras y darnos una ducha reconfortante, salimos a conocer la ciudad – Orduña es la única población de Vizcaya que tiene esta categoría- y buscar un lugar para tomar unos picho-potes y luego cenar.

Hay un gran ambiente por las calles, mañana lunes es fiesta en Vizcaya, y mientras caminamos por ellas encontramos un viejo Simca con matrícula de Huesca. Lo inmortalizamos para el recuerdo.

A César no le queda tabaco y a mí tampoco. Llevamos el vicio a medias, así que salgo en busca de algún bar donde comprarlo. No lo consigo en ningún sitio y al final me mandan a uno que creen que tiene. Por fin lo encuentro, pero casi me he salido de la ciudad. Luego vuelvo con el grupo.

Después de recorrer bastantes locales donde intentar cenar, al final nos decantamos por uno pequeño en el que hacen unas apetitosas y gigantes hamburguesas. Cenamos en los veladores de la calle estirando un buen rato de tertulia hasta que nos retiramos a dormir.

Al final la etapa ha sido todo un éxito con 58 km recorridos, 1670 m de desnivel acumulado y casi 5 h de pedaleo. Corta, pero bastante rompe piernas.

 

 

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