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Viaje hasta Bilbao

1 de julio de 2016

Después de tantos acontecimientos, a cada cual más desfavorable, el último día de junio quedamos a las ocho de la tarde para cargar los enseres y las bicicletas. Teo, como en un viaje anterior, nos llevará las bicis hasta Bilbao.

 El trabajo acaba pronto, tan solo hay que cargar cinco bicicletas que llevamos forradas casi de manera exagerada. Este año estrenamos varias monturas nuevas y aún hay que cuidarlas con esmero. Las maletas, cada año más reducidas gracias al aprendizaje acumulado en rutas anteriores, caben perfectamente en la furgoneta de César dejando libres todos los asientos.

Nuestra intención, ya que cabemos todos en los coches, es salir hacia Bilbao todos juntos, salvo Chavi que tiene que trabajar por la mañana e irá en autobús por la tarde, y así ayudar a descargar cuando lleguemos a destino, pero Teo me comenta que él prefiere salir antes porque tiene más trabajo al final del día. Esto trastoca nuestros planes. Como vamos a dejar todas las cosas en casa de Pedro, va a ser el él que acompañe a Teo en la furgoneta. Yo sé que él preferiría ir en la otra furgoneta con todos nosotros, pero no hay otra opción y hay que decidir pronto. Llamo a Pedro y le parece bien. Esto también le significa madrugar más. Al final quedo con Teo a las 6,30 de la madrugada en la casa de mi huerto.

Este año el ambiente entre nosotros es más triste, sin la alegría de otros años. Los últimos acontecimientos nos han dejado tocados y en lo personal, tengo una extraña sensación de vacío.

Hace calor y decidimos  tomar unos refrescos antes de irnos a casa. Intentamos dar ánimos a Tere que aún no sabe, ni si la operan, ni cuál va a ser el tratamiento. Proponemos que si todo va bien, Juan Carlos, Fernando, y Tere, pueden venir hasta Villalangua para que los dos últimos hagan la etapa con nosotros y Tere acompañe a César.

Me subo al huerto esperando noticias de Pedro. Este llega poco antes de medianoche después de dejar a sus padres en Mélida. Ha trabajado por la mañana y después ha viajado hasta aquí: vaya palizón lleva sobre sus espaldas y encima le va a tocar madrugar más que los demás. Como ya ha cenado, estamos un buen rato de charla que nos hace restar un valioso tiempo de sueño.

Nos levantamos a las seis de la madrugada pensando que aún nos queda media hora para desayunar. No sé aún porque, quizás por intuición, miro mi móvil y veo un mensaje de Teo. Llega un cuarto de hora antes de lo previsto, así que sin apenas tiempo para tomarnos un café, salimos hasta la puerta. Teo ya está esperando y salen para Bilbao los dos.

Mientras hago tiempo antes de que mi hermana me lleve hasta Huesca, repaso mentalmente el viaje. A diferencia de otras rutas, esta vez me quedan muchas dudas sobre el recorrido que seguiremos. Además el tiempo que dan las previsiones no es muy halagüeño que digamos.

Hemos quedado en la estación intermodal a las ocho de la mañana. Todos llegamos puntuales y sin perder tiempo salimos hacia Bilbao. Nos queda la vaga esperanza de alcanzar a la otra furgoneta en algún momento ya que su velocidad va a ser bastante menor.

En vez de hacer todo el viaje por autopista, cosa que en principio pensábamos casi todos, César decide ir por el puerto de Santa Bárbara. Se conoce bien el camino y es el capitán de la nave, así que él manda.

El viaje se hace ameno y sin darnos cuenta llegamos a Puente la Reina. Pronto entramos en la autovía a Pamplona mientras circulamos paralelos al recorrido que hicimos el año anterior; parece que fue ayer.

Rodeamos Pamplona por el sur y César nos propone parar en un área de servicio que conoce para tomarnos un café con leche y aprovechar para repostar. En el bar se nota el ambiente festivo, los Sanfermines están próximos, y ya aparece engalanado con recuerdos alusivos a las fiestas.

Desde mi época del servicio militar no había vuelto a pasar por esta zona. La vieja carretera que discurría entre pueblos ha sido sustituida por una autovía mucho más aséptica, pero que en lo que a paisaje se refiere sigue siendo bastante bonita. La sierra que nos acompaña por la derecha ya está  cubierta de nubes bajas; parece que las previsiones se cumplen.

Durante el viaje, Tere llama a Antonio para decirle que el médico de la mutua deportiva se va de vacaciones y que le han dado hora para que la visite en Zaragoza la hija de Antonio, que es traumatóloga y que ya la visitó el día de la caída. Éste llama a su hija y tras diversas gestiones para evitar viajes y pruebas innecesarias, quedan en que la operará el sábado. La furgoneta se ha convertido por unos momentos en la oficina de atención al paciente. Mientras tanto vemos como se acerca la furgoneta de Teo por el carril contrario y aún nos da tiempo a saludarlo levantando las manos. Sin duda se ha dado más prisa de lo esperado y eso que Pedro nos había comentado por mensaje que se habían parado a tomar un café.

En las cercanías de Gasteiz debemos salirnos para tomar la autovía a Bilbao. A pesar de ir atentos, tanto César cómo yo, nos equivocamos de señal y seguimos por la antigua carretera nacional 240. Tengo la esperanza de poder solucionar el despiste, pero César me saca de dudas; no se puede, salvo que volvamos atrás.

La carretera es bastante divertida como pasajero, no tanto como conductor; el tráfico de coches y camiones es muy intenso y esto nos parece bastante extraño, incluso llegamos a pensar que ha podido haber algún accidente en la autopista, no en vano es día 1 de julio.

Rodeamos el embalse de Urrúndaga y atravesamos el puerto de Barazar. El cielo se cubre por completo y cae alguna gota de agua. La situación recuerda totalmente a la escena de la película “Ocho apellidos vascos”, pero sin  los truenos y relámpagos.

Los valles sobre los que asientan las poblaciones aparecen de forma sucesiva con núcleos habitados sin apenas solución de continuidad. Nuestra marcha se hace lenta, muy lenta, mientras atravesamos los pueblos más grandes. Al final un semáforo nos detiene un buen rato. Afortunadamente es el que da paso al acceso a la autopista que nos llevará hasta la capital.

Como tan apenas se ve el horizonte, me encuentro totalmente desorientado. Bien se vale del GPS que nos indica sobre la dirección a tomar y de avisarnos de los numerosos radares que aparecen como setas a lo largo del camino, eso sí, muy bien señalizados. Pasos elevados, túneles, señales de poblaciones que no me suenan y que aparecen casi sin haber dejado la anterior…, en definitiva, no se por donde vamos. Me alegro de no ser el conductor.

Por fin tomamos la salida hacia Gexto, que tal como me había indicado Pedro, nos deja en Mendibile, su pueblo.

Teo y Pedro ya han dejado todo recogido, tanto las bicis como los enseres. Saludamos a Borja que ha ido a esperarnos y tras un rato de charla nos lleva con su coche hasta la estación de metro más cercana. En un par de viajes estamos todos juntos.

Pedro se convierte en nuestro cicerone y seguimos fielmente sus pasos. Tomamos el metro para ir hasta el centro de Bilbao. Si en la superficie estaba desorientado, circulando bajo tierra es el acabose. Decido dejarme llevar y ya estudiaré algún plano de la ciudad más tarde.

Salimos del metro por una de sus modernas bocas – popularmente llamadas Fosteritos- que nos deja en la Gran Vía y nos dirigimos a cruzar la ría por el cercano Puente del Arenal. Mientras lo atravesamos, nos alertan unos gritos femeninos:

- ¡Esos de Huesca! – mientras miramos a todas partes intentando ver quien nos llama. Por fin damos con una cara conocida.

- Hola, soy la espía de Tere – sonríe Ana.

Se trata de Ana, una compañera ocasional de bici y amiga de Tere, que ha venido junto a su marido a ver un concierto de los Scorpions. Tras la sorpresa, nos quedamos un rato de cháchara antes de despedirnos y proseguir nuestro recorrido hacia el centro.

Es la hora de comer y tenemos hambre. Dejamos a nuestra derecha el Teatro Arriaga donde se preparan unos funambulistas para una actuación posterior.  Recorremos las calles en busca de un restaurante hasta encontrar uno que es de la confianza de Pedro y asequible de precio. Está bastante lleno, pero hay una mesa para nosotros. Pronto nos ponemos de acuerdo en el menú a elegir y damos buena cuenta de todo.

Tras tomar el café salimos a recorrer la ciudad. Sigo empeñado en orientarme tomando como referencia la ría, pero aún me lío más; ¿a qué lado de la ría estoy?

Le pregunto a Pedro, pero sigo sin salir de dudas. Es la consecuencia de tener una idea previa de la ciudad muy equivocada. Para alguien que se precia de ser bueno con la orientación, es del todo frustrante. Hoy tengo la cabeza ofuscada y es por demás. Pedro nos va contando la historia de las  siete calles que conformaban el primitivo casco urbano y de cómo creció la ciudad.

Nos dirigimos hacia el Mercado de la Rivera y entramos en un café con vistas a la ría. Nos dicen que solo podemos estar hasta las cinco, pues más tarde tienen un evento –creemos que una boda- y lo cerrarán al público. Nos sentamos a disfrutar de las vistas con la promesa de irnos antes de esa hora.

Deshacemos nuestro camino y pasamos junto a la Catedral Basílica del Señor Santiago para llegar de nuevo a la Gran Vía. Por unas calles laterales accedemos hasta las torres Isozaki, y junto a ellas, al puente Zubi-ruzi, construido por Calatrava y que tantos quebraderos de cabeza a dado a los bilbaínos por los accidentes que provocaba su deslizante suelo, ahora solucionado a costa de una multa que el ayuntamiento tuvo que pagar al arquitecto por la modificación. De auténtica risa, menos para los que resbalaban.

Como perritos falderos, seguimos a Pedro paseando junto a la ría hasta el museo del Guggenheim, después de pasar bajo el puente de La Salve –oficialmente de los Príncipes de España-, y que nos recibe con unos chorros de agua vaporizada. Mientras lo contemplamos se acerca una reportera de La Sexta para realizarnos una entrevista. De repente me doy cuenta que solo quedamos ante el micrófono César y yo. Los demás, con una técnica al más puro estilo cangrejil, se ponen tras el cámara mientras se parten de risa. Más tarde, subimos hasta la entrada principal para ver a Pupy, el famoso y gigantesco perro hecho con flores que hay a su entrada.
Continuamos el paseo para pasar bajo el puente de Deusto que se levantaba varias veces al día para el paso de barcos. En 1995 se dejó fijo. Proseguimos por un paseo ajardinado, junto a la ría, hasta llegar al puente Euskalduna, tras el que aparece un pequeño museo de viejos barcos que están bastante afectados por el paso del tiempo. Antonio aprovecha para darnos una de sus soberbias lecciones sobre las antenas que portan.

A nuestra izquierda tenemos el moderno San Mamés y se acerca la hora a la que debe llegar Chavi en autobús, pero aún nos da tiempo para entrar en una tienda de bicis donde Borja y Pedro se informan sobre las que espero sean sus próximas bicis, porque por ganas no será.

La estación está junto al estadio, así que decidimos tomarnos una cerveza mientras llega el autobús. Lo que si llega con fuerza es la lluvia, pero al menos nos pilla a cubierto.

Al final, bajo el aguacero, aparece Chavi. Borja opina que la manera mejor para volver a Mendibile, donde está la casa de Pedro, es con el bus. Cerca de nosotros hay una parada  con el bus esperando y nos montamos en él.

Tras un buen rato de viaje, por fin llegamos a destino. Hay que cenar y nos tomamos unos pinchos en un par de locales, pero no sacian el hambre. Tras una búsqueda infructuosa de algún local donde nos dieran de cenar, por votación popular nos vamos a un chino cercano. Cenamos de maravilla y nos retiramos a dormir y a rezar para que mañana no llueva. Antonio y yo nos quedamos a pasar la noche en casa de Pedro, a los demás los lleva Borja hasta el hotel que tenemos reservado. Quedamos para mañana a las 9 en casa de Pedro y sobre la marcha decidiremos que hacer según amanezca el tiempo.

Tanto andar me ha dejado con un terrible dolor de pies y casi tan cansado como si hubiéramos pedaleado todo el día. Una ducha y a dormir; mañana comienza la aventura con una etapa que han preparado nuestros anfitriones. La desconozco por completo salvo algunos datos que me mandó Borja, pero hoy ya hemos comentado la posibilidad de acortarla evitando el recorrido por la ciudad y a la espera de que el tiempo mejore. Si llueve también tenemos alternativas, no en vano nuestro destino está cerca por asfalto.

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