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Mélida - Uncastillo 7 de julio de 2016 Las nubes algodonosas que se formaban ayer por la tarde, terminan descargando de madrugada con una fuerte tormenta de relámpagos, truenos, y lluvia. Mélida está junto a las Bardenas Reales, referencia en cuanto a desiertos en España, pero de las últimas cuatro veces que he venido, ha llovido de forma insistente en tres. Soy gafe o un magnífico emisario del agua. Me podían contratar los agricultores de la zona. No necesito pensar mucho para saber que deberemos cambiar parte del recorrido de hoy. Como ya lo había previsto, pasaremos al plan B. Cuando nos levantamos la tormenta a pasado, pero el cielo aún está bastante cubierto; tratar de pedalear por los caminos empapados de las Bardenas es impensable, se forma un barro pegajoso que a los pocos metros bloquea la bici y provoca frecuentes y serias averías. Estamos en pie un poco antes que los demás días, preparamos el desayuno y aprovechamos para ver el primer encierro de los Sanfermines. Cuando llega Pedro, nos basta con una mirada y un breve comentario para decidir tomar una alternativa al trazado original. César se queda para entregar las llaves a la casera y pagar el alojamiento. Los demás partimos antes de las 8,30 en dirección a unas nubes que descargan cortinas de agua en el horizonte. Pedaleamos por los caminos de concentración parcelaria que ascienden en busca de la acequia de Navarra. La pista que recorre todo el canal es de tierra y grava fuertemente compactada y nos permite avanzar con rapidez y sin desnivel. La alternativa alarga la ruta algo y es menos bonita que el trazado preparado que nos introducía en el corazón bardenero, pero nos da total seguridad. Pedaleamos agrupados formando un pequeño grupo que contrasta con anteriores aventuras, pero las circunstancias así lo han determinado. El canal cambia constantemente de dirección serpenteando y adaptándose al terreno, pero siempre a media altura; a nuestra derecha montes con pinares y monte bajo y a la izquierda los campos de cultivo, verdes o amarillos, que riega la acequia. Frente a nosotros la tormenta avanza en la dirección que llevamos o que deberemos llevar, dejando grandes cortinas de agua sobre el llano y la sierra, pero sobre nosotros luce el sol. Sobre el km 15, dejamos a la izquierda Carcastillo y el monasterio de la Oliva. Este, a orillas del río Aragón y en medio de una explanada sin apenas vegetación, se levanta como un complejo de edificios medievales que forman el monasterio cisterciense de La Oliva. Su nombre tiene mucho de leyenda ya que, según cuenta la tradición popular, un rey navarro, en su lucha contra los árabes, resultó herido y fue a morir al pie de un acebuche. En el lugar del olivo silvestre se construyó el monasterio de La Oliva, fundado en 1149 por la orden del Cister. Tras siglos de esplendor en la Edad Media, la guerra de la independencia y la Desamortización dejaron al cenobio en ruinas y abandonado hasta que en el siglo XX se restauró y restituyó la vida monástica. Rodeamos el monte Torrueco y cambiamos de dirección, ahora hacia el sureste, escoltados a nuestra derecha por sus laderas. Sobre el km 20 entramos en el track original, dejando a un kilómetro de distancia el monumento al pastor bardenero, lugar por donde deberíamos haber pasado. Solo paramos para hacer alguna fotografía y poco más. A los 27 km, tras dejar Navarra y entrar en Aragón, llegamos a una represa en la que se dividen las aguas del canal de la Pardina en dos; el que hemos seguido y la acequia de las Cinco Villas. Una larga recta en descenso y una posterior subida, nos lleva hasta la A-1201, carretera que cruzamos para seguir junto al canal de la Pardina; solo rodar y rodar sin apenas esfuerzo y sin nada atractivo a la vista hasta que en el km 34 llegamos al nacimiento de este, el canal de las Bardenas. Tiene su origen en la presa del embalse de Yesa, donde se acumulan las aguas pirenaicas del río Aragón para ser trasvasadas con el fin de regar las Bardenas Reales y la comarca aragonesa de las Cinco Villas, y finaliza en el pantano de Ardisa, en el río Gállego. Es decir, une el río Aragón con el río Gállego, curioso. A poca distancia se encuentra Sádaba, pueblo a orillas del río Riguel, en el que nos espera César para comer algo, pues durante el resto de la etapa no pasaremos por ningún punto en el que lo podamos hacer. Chaví nos indica el bar donde suele almorzar su grupo en sus recorridos con bicicleta de carretera. Solamente son las once de la mañana, pero es necesario comer aquí o deberemos tirar de barritas el resto de la etapa, así que pedimos unos bocadillos calientes de gran tamaño y unas cervezas. No tenemos prisa y además de descansar, dejamos que las nubes se alejen. Una hora más tarde salimos del pueblo dejando a nuestra derecha, en lo alto de una elevación, el castillo de Sádaba, antigua construcción militar cisterciense del siglo XI. Pedaleamos por la A-1202 en dirección a Layana donde debemos tomar un camino. El pueblo me sorprende, me lo imaginaba mucho más pequeño. Aún es pronto, poco más de las doce del mediodía, así que propongo al grupo que nos acerquemos hasta el yacimiento romano de Los Bañales que no está demasiado lejos de aquí. Aceptan todos y cruzamos el pueblo siguiendo las indicaciones. Lo que no sabía yo es que este se encontraba tras una fuerte subida en la que el calor nos recuerda que viene para quedarse con nosotros. Solo coronarla, aparecen los primeros restos arqueológicos de una antigua casa romana. Más abajo, vemos la ermita y casa de Los Bañales, y nos dirigimos junto a ella. Dejamos las bicis y recorremos parte del conjunto arqueológico. Primero nos dirigimos a las termas que son sin duda, el monumento más representativo del yacimiento y posiblemente el elemento inspirador del actual nombre de la zona, relativo a los baños. En gran medida, su excelente estado de conservación actual se debe a su aprovechamiento durante años como vivienda. Un grupo de estudiantes trabaja junto a ellas y nos saludan al llegar. Luego nos dirigimos a una zona ya escavada junto a la que otro grupo más numeroso trabaja bajo el fuerte sol. Hablamos un rato con ellos y con el arqueólogo que los dirige. Nos explica que tan apenas llevan escavados un 10% del total de la extensión que se le supone. Conozco bien sus actuaciones y hallazgos porque estoy subscrito a su canal en Youtube donde se pueden encontrar infografías, documentales y recreaciones del enclave. Es más, reconozco al arqueólogo y le comento que los sigo habitualmente por internet. Nos alienta a que el día 24 vengamos otra vez pues hacen un día de puertas abiertas. Los estudiantes y el profesor se retiran a comer y nosotros retomamos la marcha volviendo hasta Layana. Por carretera estamos a escasos 14 km de Uncastillo, pero nosotros vamos a hacer un recorrido por la sierra de Uncastillo que lo alarga considerablemente. A la salida del pueblo nos reabastecemos de agua en una fuente pública y retomamos el camino que deberíamos haber seguido. Este cruza el río Riguel y continúa paralelo a él durante un buen rato, rodeado de campos de cereal. Es un recorrido bastante agradable y llano al principio, pero poco a poco se va vistiendo de hierba y casi desaparece, mientras asciende hasta desembocar en una buena y ancha pista que se adentra en las estribaciones de la sierra de Uncastillo por el barranco de Bastanes. Ascendemos con suavidad al principio, pero conforme nos adentramos en la sierra el calor aumenta. El paisaje es espectacular y anárquico, entremezclándose las zonas de cereal con los pinares y carrascales mucho más verdes de lo que cabría suponer en esta época del año. No vemos la salida natural por la que debamos pedalear, así que solo queda confiar en que el track nos llevará por buen camino. Los múltiples barrancos de diferente tamaño no permiten vislumbrar el recorrido a seguir y parece que nos alejamos de nuestro destino. Es en el km 52 cuando aparece el barranco de Juan Gay, junto a la pardina del mismo nombre, cuando abandonamos la pista y entramos en otra peor que cambia a la dirección adecuada. El grupo se va separando en las primeras rampas y solo nos reagrupamos para intentar guarecernos del sol bajo la escasa sombra de alguna pequeña carrasca, pero conforme ascendemos y nos metemos más al interior de la sierra, el calor aumenta y aumenta sin parar; es que son las dos de la tarde ¡una hora ideal para pedalear por estos lares! No corre la más ligera brisa de aire y llega un momento en el que me empiezo a preocupar.
Nos refugiamos bajo las pocas sombras que hay junto al camino y bebemos abundantemente. Tanto aspiro por la boquilla del tubo que pronto escucho el fatídico gorgoteo que indica que me quedo sin agua en el camelback y eso que lo llené en Layana. Un rato caminado y charlando, hace que la temperatura del cuerpo descienda y que evaporemos el sudor de forma conveniente antes de volver a subir en la bicicleta. A la derecha queda el profundo barranco y no podemos adivinar por donde lo rodearemos. La suerte nos ayuda ya que el camino se hace algo más llano y, al haber salido del valle cambiando de vertiente, aparece una suave brisa que nos refresca. El trayecto desemboca en una pista - km 58-, cerca del límite con la provincia de Navarra, de mejor aspecto y más ancha. Pienso que solo nos queda dar un amplio rodeo por el cordal hasta encontrar un barranco por donde descienda el camino, sin embargo la pista sigue paralela a la línea divisoria de provincias en un trazado rompe piernas con continuas subidas y bajadas que no parecen tener fin. Hace mucho calor y tengo que pedir agua a mis compañeros; estoy seco. Llegamos a unas construcciones agrícolas desde las que tengo marcada una posible alternativa para acortar el recorrido, pero sobre el terreno lo deshecho. Baja demasiado hacia un vallecito que luego deberíamos remontar. El camino comienza a descender con fuerza y me las prometo muy felices cuando compruebo con desilusión que en un cruce de caminos el track nos hace subir de nuevo para rodear el barranco de la Valdoba por el otro lado del valle y que presenta alguna fuerte subida. Afortunadamente tengo una alternativa que nos puede llevar al pueblo sin cambiar de vertiente. Es un camino peor que al principio sigue el cordal de la estribación de la sierra y por tanto es un poco cansado, haciéndome pensar que ha sido una mala elección, pero que luego desciende con fuerza hasta el barranco antes citado dejando a la derecha el pico Zamal. Luego se mantiene junto al curso del barranco, permitiendo un pedaleo más tranquilo, y finalmente lo cruza antes de acabar en la carretera de Sádaba a Uncastillo, junto a la Cruz del Peñazo y al río Riguel. Respiro aliviado, la variante ha salido bien y el recorrido por la sierra de Unastillo un éxito. Este tramo me costó bastante prepararlo porque 25 km por una sierra desconocida, abrupta, con tantos barrancos y sin ningún sitio habitado, podía ser un quebradero de cabeza en caso de accidente o avería, y más, después de haberla conocido sobre el terreno. No en vano tenía varias opciones para acortar el tramo si era necesario, cosa no muy habitual. Nos separan dos kilómetros de asfalto hasta llegar a Uncastillo y pronto entramos en él. Conforme nos acercamos se adivina la majestuosidad de las antiguas construcciones y del enclave en el que se encuentran. César nos espera en la puerta de la casa rural Laiglesia, pero antes descansamos y nos tomamos una buena ración de cerveza. Bebería más, pero estoy tan seco que el alcohol entra directamente en la sangre con gran riesgo de acabar “perjudicado”. Nos recibe el dueño de la casa y dejamos las bicis en el garaje. Descargamos con rapidez los equipajes y nos repartimos las habitaciones. Hoy la comparto con Pedro. Una ducha reconfortante pone fin a mis males y me deja en un estado de increíble paz. Pronto acabamos tirados en los sillones sin que eso impida la tarea de copiar archivos de fotos en el ordenador de Michel y poner al día el GPS. Salimos a dar una vuelta por el pueblo para recorrer y subir por todas sus calles, bastante desiertas, con un insólito aspecto medieval que predisponen a dar rienda suelta a la imaginación. Ascendemos hasta el castillo que domina el enclave y nos perdemos por los numerosos recovecos de su trazado. Otro tema más complicado es encontrar un lugar para cenar; no me podía imaginar que fuera tan difícil lograrlo en un pueblo turístico como este. Recorremos varios locales y en todos nos ponen impedimentos; en algunos directamente nos dicen que no y en otros solo nos ofrecen raciones que tienen un precio rondando lo abusivo y solo adecuados para la alta cocina. Desilusionados, decidimos hacernos la cena en la casa rural. Asaltamos literalmente un pequeño supermercado local comprando lo necesario y más, para hacernos un buen plato de ensalada, pasta y huevos fritos. Antonio y Manolo salen a comprar pan, pero la panadería está cerrada, cosa que no les afecta porque vemos desde la ventana y entre risas como se van a tomar una cerveza mientras los demás nos afanamos en preparar la cena a las órdenes del cocinero César que se desenvuelve como pez en el agua. Solo aparecen, con una sonrisa en la boca, cuando todo está sobre la mesa. ¡Es que la experiencia es un grado! Cenamos como nunca, aún sobra comida, y disponemos todo para ver juntos un partido de la Euroliga, creo que Alemania – Portugal y en el que curiosamente todos vamos con el mismo equipo. Llega la hora de dormir, pero hace un calor tremendo en la habitación. Dejar el balcón abierto es una opción no demasiado buena porque la casa está junto al río y los mosquitos hacen el agosto con nosotros. La etapa ha sido un éxito, pero mañana nos queda otra bastante dura y las piernas ya no son las del principio de la ruta. La conozco en parte y por lo menos sé que el paisaje es de fábula. Al final han sido 73 km con 889 m de desnivel acumulado y 4,40 de pedaleo.
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