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Camino Natural de la Sierra de la Demanda
Arlanzón. Camino de Burgos
Burgos. Foto de grupo junto a la catedral

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Camino de Caminos
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Riocavado de la Sierra - Hontanas

Día 3 de julio de 2014

Durante la noche me levanto varias veces porque me parece oír llover. Efectivamente, sobre la claraboya del baño, la lluvia cae sin cesar. Debe llover con ganas. Dejo la luz encendida porque cada vez que me levanto me dejo la cabeza en el techo. Los demás duermen tranquilamente, pero empiezo a pensar la alternativa a tomar si amanece lluvioso. Para llegar a nuestro destino serían necesarios al menos 2 viajes de 200 km entre ida y vuelta, por malas carreteras, para saltarnos la etapa. No en vano estamos casi en el fin del mundo. La otra opción, si el día nos respeta al principio, es descender por la vía verde lo más rápidamente posible hasta Arlanzón y si es posible, hasta Burgos.

Nos levantamos temprano como todos los días. Parece que no llueve y aunque el cielo esta amenazante, unos rayos de sol comienzan a llegar al pueblo. Chavi y Mariano comienzan a preparar el café, calientan la leche y las tostadas. Los demás llevamos el pan y los bollos a la mesa. Pronto damos cuenta de ellos. Sergio sigue con dolor, así que irá en el coche de apoyo. Ha probado a pedalear por el pueblo, pero el dolor se mantiene y desiste con buen criterio. Hoy no parece ser un día adecuado para probaturas.

Salimos a las 8 de la mañana atravesando el pueblo en subida y buscando el camino que nos acerque a la vía verde de la Sierra de la Demanda. El camino, al principio bueno, pronto de interna en el bosque de robles. El suelo está húmedo por la lluvia caída, pero no hay barro. Este terreno absorbe bien el agua. Hace bastante fresco y vamos bien abrigados. La térmica interior no sobra en absoluto.

El camino, cada vez más vestido, se empieza a inclinar y así aguantamos hasta que los últimos 100 m de una fuerte rampa nos obligan a desmontar. Salimos al poste que indica el km 37 de la vía verde.

El paraje es espectacular ayudado por la humedad y el cielo nuboso que solo deja pasar unos pocos rayos de sol. A nuestro alrededor los mantos de niebla creados por la evaporación del agua caída se arrastran por las laderas del bosque.

Como es propio de una antigua vía del ferrocarril, los desniveles son escasos y el camino realiza continuas curvas escavadas en la roca para vencer los barrancos y ascender poco a poco. No deben tener más de un 4%, o eso dicen. Pedaleamos con rapidez entre el espeso robledal, ganando altura ligeramente. Llega un momento en el que cruzamos la carretera local que nos acompaña en el recorrido y entonces el valle se abre. Esta asciende para superar el puerto del Manquillo, mientras el tren lo hace por un túnel.

Al llegar a la boca del túnel, este está cerrado al paso con una puerta. Está abierta y me acerco a verlo. Dentro cae agua como si hubiera un diluvio. Retomo el camino con Pedro, pues el resto de compañeros han continuado, y debemos subir una fuerte cuesta, muy pedregosa, en la que no aguantamos sobre la bici. Un cartel indica que es del 7%, pero el ingeniero que lo puso no debía estar muy ducho en la materia. Así coronamos el puerto del Manquillo donde reagrupamos.

Los carteles indicadores nos devuelven al trazado original. Una nueva señal de desnivel que no me creo. La pista baja de una manera impresionante en la que hay que frenar lo justo para no irse al suelo por la gravilla. Nuevamente me acuerdo del ingeniero.

El camino, superado el puerto, desciende de forma suave pero continua. Podemos rodar con celeridad por la ladera de la montaña en una zona con menos bosque y más praderas. La rueda delantera se me deshincha de golpe. Algún pincho que pille ayer y que quedo en la cubierta ha debido atravesar la cámara. Como en una parada de formula 1, solucionamos entre todos la avería. Espero que no queden más pinchos ocultos.

Tere y Fernando se quedan algo atrás, aunque nunca demasiado. Atravesamos una carretera local y reagrupamos. Los carteles de la vía nos dirigen a Pineda de la Sierra, pero como nos persigue el mal tiempo, tomo una alternativa que llevo marcada y que acorta el trayecto. Espero no equivocarme. César entre tanto, nos espera en este pueblo. Le avisamos por la emisora que nosotros seguimos y el nos contesta que nos está viendo.

  • Veo uno de rojo y otro…- comenta por la radio.
  • Si somos nosotros- contestamos todos como si pudiera oírnos.

Quedamos en Arlanzón como siguiente punto de contacto. Pedaleamos por la margen izquierda del río Arlanzón y pronto llegamos a la cola del embalse del mismo nombre. El camino serpentea salvando los numerosos barrancos que desembocan en el embalse. En uno de ellos lo salva por un puente de metal y tablas, en los demás, mediante altos taludes para elevar la vía.

Una serie de continuos repechos, que no creo que fueran los originales de la vía, más bien por la construcción del embalse,, salpican el recorrido, así como numerosas trincheras en el terreno.

Justo antes de llegar a la zona de la presa, el camino realiza un fuerte cambio de dirección que aunque nosotros no lo apreciemos, si se hace sobre el mapa. A partir de aquí aumentamos la velocidad de pedaleo sin quitar el ojo al cielo. De momento el tiempo nos respeta, pero ya empiezan a aparecer más nubes. De vez en cuando reagrupamos cuando nos damos cuenta que el grupo se estira.

Aparece otro túnel cerrado y las señales nos ayudan a salvarlo con facilidad y pronto atravesamos otra carretera vecinal. Intentamos que Tere vaya delante arropada por el grupo y casi lo conseguimos. El paisaje se va abriendo y llegamos a la planta potabilizadora de Burgos donde damos acabado el recorrido por la vía verde. Llamamos a César que se encuentra en Arlanzón. No vamos a entrar en el pueblo y le pedimos que se acerque hasta aquí para comer unas pastas y reponer líquidos. Llega enseguida y hacemos una breve parada.

Desde aquí tenemos un horizonte más amplio y nos permite confirmar la sospecha de que el tiempo empeora. Nubes amenazantes avanzan en la dirección que llevamos. Nos quedan 20 km a Burgos y nos lo ponemos como meta. Luego Dios dirá.

Salimos por una pista que de momento asciende con fuerza hasta que vuelve a llanear. Pedaleamos por una zona de páramos desde la que divisamos la sierra de Atapuerca y los montes de Oca. A nuestra izquierda se encuentran amplias choperas para la extracción maderera.

Poco más adelante la pista se trasforma en un camino de tierra rojiza lleno de rodadas. Si aquí nos llueve, nos será difícil pedalear por el barro. A Juan Carlos se le engancha la cadena en un repecho, pero lo solucionamos con prontitud y sin consecuencias para la bici.

Ahora son los campos de cultivo los que nos rodean.

  • Ves como en Burgos hay cereal ¡Y el que verás! – le digo irónico a Fernando.
  • Ya veo, no me imaginaba que hubiera tanto bosque en Burgos. – contesta.

Durante el recorrido debemos atravesar zonas con agua que nos obligan a rodearlas monte a través. Si comienza a llover vamos a sufrir.

Pasamos por un último alto, por algo llaman a la zona Las Cuestas, y ya se adivina el siguiente pueblo en el fondo del vallecito. Vamos bien, pero Tere llega un poco apurada. Sopla el viento de cara y eso aumenta el esfuerzo. Realizamos un rápido descenso que me paro a grabar y entramos en San Millán de Juarros.

Hacemos una pequeña parada para ver su iglesia parroquial de San Millán Abad y salimos del pueblo por su carretera de acceso. Después de cruzar un puente medieval sobre el río Arlanzón giramos a la izquierda. La pista discurre llana entre campos de labor y aparecen casas con pinta de segunda residencia. Dejando a nuestra izquierda La Cerca de Santa Eugenia, llegamos enseguida a San Medel.

Salimos del pueblo por una zona de urbanizaciones modernas y pasamos bajo la autopista E-5. Ya estamos entrando en Burgos. El cielo se encapota rápidamente. Seguimos por un sendero paralelo al río Arlanzón por una zona de esparcimiento. Muchos paseantes y gente haciendo deporte aparecen por todas partes. Como ya hemos reencontrado las flechas amarillas, decidimos seguirlas. Un precioso sendero y tramos de carril bici nos acercan al centro de Burgos.

Empieza a gotear y dudamos si ponernos el chubasquero. No sabemos si va a ir a más. Conocemos esta zona de nuestra ruta del Cid, pero hay cosas cambiadas. Decidimos seguir el carril bici que corre junto al río y no lo dejamos hasta llegar al puente de Santa María y así entrar bajo el Arco de Santa María que da acceso a la catedral del mismo nombre. Sigue chispeando y un transeúnte se ofrece para hacernos una fotografía de grupo. Lo abrumamos cuando le ofrecemos varias cámaras para ello.

Tras esta rápida visita propiciada por las circunstancias, salimos de nuevo al carril bici mientras buscamos un lugar donde comer.

Ahora sí que empieza a llover en serio. Nos ponemos los chubasqueros y pregunto en una gasolinera donde hay un lugar para comer. Me indican que cerca, en el Monasterio de Las Huelgas, hay varios restaurantes. Vamos hacia allí a toda prisa pues la lluvia arrecia. Nos tenemos que refugiar unos instantes bajo un arco de entrada al recinto. Desde allí vemos un bar y entramos en él. Preguntamos y cuando le decimos que somos 11 personas se asusta y nos dice que no puede, pero nos indica otro local a escaso metros que si lo hace.

Entramos en el restaurante Abadengo. Tiene pintas de de ser muy moderno, pero el menú es barato. Decidido; nos quedamos aquí. Candamos las bicis, comeremos y esperamos que escampe.

Llamamos a César y resulta estar en una gran superficie con Sergio. Tarda un buen rato en venir, pero no nos importa, fuera llueve a mares. El objetivo primero está conseguido. En el peor de los casos hay 30 km a Hontanas y son las 13,30. Si escampa tenemos toda la tarde para hacer el recorrido en bici, y si no, pues al coche de apoyo hasta Hontanas.

Por fin estamos todos. El menú es excelente y variado. Es el primer día que como sopa castellana que me encanta. Pica a rabiar, pero esta sensación desaparece en poco tiempo y algo calentito me entona el cuerpo. Alargamos la sobremesa todo lo que podemos y el tiempo parece dar una tregua. No tenemos prisa por salir.

Casi dos horas después, tras haber comprobado que no hay demasiado riesgo de lluvia, retomamos el camino. Volvemos a nuestras flechas amarillas y salimos de Burgos en dirección a Tardajos. Lo que no nos esperamos es que la construcción del AVE y de nuevas vías de comunicación nos enreden durante un buen rato antes de coger el buen camino.

Por fin en terreno conocido. Es la tercera vez que paso por aquí, pero han pasado 13 años desde la última y las cosas han cambiado mucho. Por un andador que va paralelo a la carretera y que se pedalea con comodidad, entramos en Tardajos. Pillamos a César en una placida siesta dentro de la furgoneta, aunque él dice que nos vigilaba por el rabillo de ojo… ya.

Sin dilación, seguimos por la carrerita que en poco tiempo nos deja en Rabé de la Calzada, pequeño pueblo que cruzamos rápidamente, pasando junto a la iglesia y saliendo por la derecha de su ermita. Justo cuando entramos en él, nos saludan las campanas de la iglesia.

El camino, mucho más arreglado que cuando lo recorrí por última vez, se convierte en un trazado rectilíneo flanqueado de extensísimos campos de cereal, aun sin madurar, que solo serpentea para vencer los pocos puntos elevados que encuentra. Rodamos rápidos, pero más tranquilos. Las tormentas nos rodean a lo lejos. A nuestra izquierda se ven como caen cortinas de agua.

De vez en cuando debemos parar para reagrupar. Adelantamos peregrinos, no muchos a estas horas, a los que les decimos… “buen camino”… que es la forma tradicional de saludarse en este recorrido histórico.

Tras un corto ascenso hasta el alto de Las Cuatro Rayas, me imagino que es el linde de cuatro pueblos, descendemos velozmente hasta Hornillos del Camino, pueblo en el que entramos tras atravesar una carreterita vecinal. Nos esperan César y Sergio sentados en un muro de piedra. Nos comentan que han pasado en bici unos italianos y que van por delante. Esto parece un pistoletazo de salida y Antonio, Manolo y alguno más, salen como fuinas a ver si los pillan ¡Como críos!

Atravesamos el pueblo y los demás, mucho más sensatos, seguimos a nuestro ritmo mientras vamos hablando. Al final de una subida nos encontramos con estos ciclistas. Nos paramos para hablar un rato con ellos. Vienen de Italia de la región de la Perugia, en el centro de Italia. Como podemos, les contamos de donde somos y ellos nos cuentan que llevan 1500 km desde que salieron. Van muy tranquilos y me dicen que van a dormir en San Nicolás de Bari, un albergue que hay junto al puente de Itero, en el límite con Palencia. Les digo que aún les queda mucho, además tendrán que subir la cuesta de Mostelares que es durísima. Que es fácil que les llueva. No sé si me entienden bien, pero nos despedimos de ellos y continuamos el pedaleo.

Poco después, antes de llegar a Arroyo San bol, un refugio en el que dormimos en el 97 cuando era una infame pocilga y ahora está muy mejorado, nos cruzamos con unas cosechadoras que nos obligan a salirnos del camino momentáneamente. Luego nos enteraremos que son el marido y los hijos de nuestra casera en Hontanas.

Ya queda muy poco y enseguida descendemos por una pronunciada cuesta en dirección al pueblo de destino y que se sitúa en el fondo de un valle.

Entramos en Hontanas poco antes de las 6 de la tarde, justo cuando empiezan a caer unas gotas de agua. Guardamos las bicis en una bodega y descargamos rápidamente los enseres. Nos alojamos en la casa rural El Descanso, situado al enfrente de la iglesia. Nos repartimos las habitaciones y antes de nada nos tomamos unas jarras de cerveza, que las tenemos bien merecidas. Comienza a llover con fuerza y me acuerdo de los italianos, nosotros nos hemos librado por pelos.

Nuestra habitación es la única de tres camas, así que me vuelvo a alojar con Pedro y Juan Carlos. Ya casi somos trío de hecho. La misma rutina de todos los días que ya tenemos interiorizada.

El local lo regenta Pilar y le ayudan sus hijas. Nos comenta que lo hicieron para los hijos, pero que toda la faena le queda a la ella. Son muy amables y con gran disposición para hablar y contar cosas. Como si nos conocieran de toda la vida ¡Es que somos la mar de majos!

Podemos usar la lavadora y decidimos hacer la última colada del viaje. Solo quedan dos días para terminar la ruta.

Ha dejado de llover y aprovecho para darme una vuelta por el pueblo. Está muy adecentado, sobre todo la sirga peregrinal, lleno de vida, albergues, bares, y muchos peregrinos. Recuerdo cuando por estos pueblos se pasaba con la bici sin encontrar a nadie, ni un lugar para dormir, salvo un pequeño albergue, ni dónde comer. Era necesario llegar hasta Castrojeriz si querías algo.

Hemos quedado para cenar a las 9 de la tarde. Nos avisan que la señora Pilar nos llama. Ocupamos más de la mitad del local destinado a comedor. Comida casera sin grandes pretensiones, pero más que suficiente para reponer fuerzas. Un buen rato de charla, unas aguas de todas las variedades y nos subimos a dormir.

Hoy la etapa ha sido larga y llena de acontecimientos que hemos solucionado con fortuna. Hemos hecho casi 100 km con tan apenas 800 m de desnivel.

 

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