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Precioso amanecer camino de Estella
Iglesia del Santo Sepulcro. Estella
Camino de Los Arcos

Iglesia de Santa María. Viana


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Camino de Logroño
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Lorca - Agoncillo

30 de junio de 2015

Tras una larga noche peleándome con mi recién estrenada sabana-saco, me levanto para preparar los pertrechos. Cargamos el coche que hoy conducirá Michel. Decidimos desayunar más tarde, posiblemente en Estella. Está a menos de una hora de pedaleo tranquilo y así llegaremos cuando los establecimientos estén abiertos.

La mañana de momento es fresca y el día amanece ideal para pedalear. El sol a nuestras espaldas prolonga nuestra sombra a gran distancia y tiñe el paisaje de un precioso color dorado.

El camino nos dirige en pocos metros hasta la antigua N-111. Inmediatamente, sale a nuestra izquierda un sendero o andador preparado para los peregrinos. Este transita paralelo a la misma durante poca distancia para girar a la izquierda e introducirnos en el valle de Yerri. Son pistas muy buenas por las que se rueda con mucha facilidad. Esto nos permite calentar nuestras cansadas piernas y pronto pasamos bajo la autovía para llegar a Villatuerta. Esta población está dividida en dos partes separadas por el río Iranzu, y unidas por un elegante puente medieval o románico del siglo XIII. Ascendemos por el sur del pueblo hasta llegar a la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción donde nos detenemos para hacer unas fotos.

“… Bebed agua peregrino, tomad descanso y dejad sed. Y en próxima etapa bebed que os dará fuerza un buen vino.
Aquí nació san Veremundo que en Irache fue su abad. Pedid su gracia y marchad haciendo amor el camino…”

A lo lejos ya de divisa Estella, pues ambos pueblos están muy próximos. El camino nos lleva hasta una especie de zona de descanso y a nuestra izquierda, en la cuesta del Moro, podemos ver la actual Ermita de San Miguel, construida a finales del siglo X. Es el monumento más viejo de Villatuerta.

Cruzamos la carretera por un túnel y descendemos por un agradable sendero hasta el río Ega. Lo cruzamos por un moderno puente y entramos en Estella rodeados de multitud de peregrinos, posiblemente los que pernoctaron en Lorca. En esta ocasión la entrada a Estella está muy bien marcada, pero en mis anteriores viajes fue un caos que se resolvía como buenamente se era capaz.

Nos detenemos ante la iglesia del Santo Sepulcro. Es preciosa, está situada en la antigua Rúa de los Peregrinos, actual calle de Curtidores, y es una de las parroquias antiguas de la ciudad. La portada está coronada por grupos de seis hornacinas a cada lado, que dan cobijo a un apostolado y, ante la puerta, las figuras de Santiago -en hábito de peregrino jacobeo- y de san Martín de Tours. Seguimos la calle y cruzamos el río Ega por el empinado puente de la Cárcel o puente Picudo. De un solo arco, fue levantado siguiendo el modelo del antiguo puente medieval del siglo XII. Es tan empinado que casi caigo al cruzarlo. Buscamos un bar y entramos en el primero que encontramos. Este local tiene unas buenas vistas sobre el sur de la ciudad. Desayunamos en abundancia a base de bollería y proseguimos ruta a pesar que hay muchas cosas que visitar en este pueblo.

Volvemos sobre nuestras ruedas, volvemos a cruzar el puente y retomamos la sirga peregrinal, ahora repleta de peregrinos. El recorrido rodea la montaña y pasamos bajo el impresionante San Pedro de la Rua.

Cuando acaba la parte antigua de la ciudad, el camino se enrevesa y nos cuesta encontrar las flechas amarillas, más pensadas para ir andando que sobre una bici. Por fin lo logramos y en pocos metros llegamos en ascenso a Ayegui, pueblo literalmente absorbido por Estella. Volvemos a descender hasta la N-111, la cruzamos y ascendemos hasta darnos de bruces con la fuente de agua y vino de las bodegas Irache. Un grupo de jóvenes peregrinos extranjeros se divierte bebiendo, sobre todo del grifo del vino. No sabemos cómo acabaran.

Unos metros más adelante, al final de la subida, está el Monasterio de Santa María la Real de Irache. Sus orígenes se remontan al siglo VIII –visigodo- y algunos edificios actuales guardan partes del siglo XI. Fue regentado por los benedictinos. Se trata de una inmensa mole de edificaciones medievales, renacentistas y barrocas. En un viaje anterior entré a visitarlo, así que como los demás no le prestan demasiada atención, nos despedimos de Michel y proseguimos camino.

Debemos atravesar una zona residencial y tras cruzar una carreterita, nos adentramos en un camino más divertido y rodeado de carrascas. El número de peregrinos disminuye y adelantamos a una familia, uno de cuyos hijos lleva una mochila que le llega hasta el suelo. Enseguida llegamos a Azqueta, un pequeño pueblo en el que no nos detenemos.

El camino llanea por amplias pistas en las que rodamos con rapidez y pronto llegamos a una construcción con el aspecto de una ermita medieval, pero al llegar a ella descubrimos que en realidad es la Fuente de los Moros. Construida para aliviar la sed y el aseo de los peregrinos, nada tiene que ver con los sarracenos, ya que fue construida en el 1200. Al agua se desciende por una larga escalinata y esta mana muy fresca.

Adelantamos a un par de peregrinos y entramos en Villamayor de Monjardín, población custodiada desde las alturas por el castillo del mismo nombre. Se le suele conocer como el pueblo de las cuatro mentiras, ya que ni es villa, ni es mayor, ni tiene monjas ni tampoco jardín.

Salimos en dirección sur por un mal camino, pero que enseguida desemboca en uno mejor que corre paralelo a la autovía. Esta ha desnaturalizado un tramo antaño precioso. Pronto toma dirección oeste y por pistas en excelente estado, no queda nada del antiguo y coqueto camino, continúa rodeado de cereal ya cosechado y viñedos. El número de peregrinos vuelve a aumentar y en esta ocasión en gran numero. Hace ya mucho calor, empieza a ser sofocante.
 

Mientras estoy filmando a mis compañeros, sin darme cuenta, casi atropello a un peregrino. Por suerte o por reflejos, consigo parar a tiempo con una pirueta refleja, mientras mi bici se levanta, no cayéndome al suelo porque apoyo suavemente mi mano sobre la espalda de este. Como va con los cascos puestos, muy habitual en todos ellos, solo acierta a volver la cabeza y sonreírme. Creo que no se llega  a dar cuenta ni a asustarse.
Poco más adelante, durante unas décimas de segundo, me llama la atención un peregrino sentado bajo una cepa al que su compañero de poca edad atiende. Unos metros más adelante, Fernando me comenta:

-Parece que ese abuelo no estaba bien.

-Yo también he notado algo raro – me digo a mi mismo mientras recuerdo la escena.

 Y sin pensarlo dos veces me doy la vuelta para ir a preguntarle. Llego a su altura y me acerco a él. Parece extranjero. El joven acompañante me mira con los ojos pidiendo ayuda. Le pregunto:

-Se encuentra bien –mientras veo que parece desfallecido y la cara algo pálida.

-Todo bien, todo bien, todo va bien – repite constantemente. A mí no me lo parece, pero desde luego lo que necesita es descansar algo.

-Gracias, no hay problema - dicen los dos al mismo tiempo en un mal español.

Al menos mi conciencia está tranquila y si no quieren ayuda, no la puedo imponer. Yo he cumplido con mi deber y no puedo hacer más. Me monto de nuevo en mi bici, me pongo de pie sobre ella,  y sin saber cómo, al acelerar la bici, se me engancha el guante en el cuerno del manillar  y este gira bruscamente. ¡El tortazo es espectacular! Caigo al suelo como un saco de patatas y me quedo quieto, aparentemente solo noto un escozor terrible en el codo y en la rodilla. Aunque me he golpeado la cabeza, el casco me ha protegido. Me levanto lentamente, con mi orgullo por los suelos, y monto de nuevo sobre la bici para alcanzar a mis compañeros. Aún me da tiempo en filmar mis heridas para el video de la ruta. Hay que estar en todo.

-¿Qué te ha pasado? –me preguntan al ver la sangre del brazo y de la rodilla.

-Que me he caído – eso me pasa por hacer de buen samaritano, me repito a mí mismo.

El dolor es muy intenso y mi enfado mayor. Me limpio las heridas con el agua del camelbak y arranco de nuevo. Llego a la altura de Manolo y sin mediar palabra, comenzamos a pedalear a toda velocidad, adelantando a un sinfín de peregrinos que ocupan la casi totalidad del camino. No en vano queda poco para llegar a Los Arcos y muy posiblemente pernoctarán allí.
Llegamos a un cruce con el pueblo de Los Arcos a la vista y esperamos para reagrupar.

-¿Dónde vais tan rápidos? –nos dicen nuestros compañeros.

-Es que me quiero curar en condiciones – contesto.

-Quejica – me dice Tere riendo mientras enseña sus heridas.

Ya, pero el dolor es el que siente cada uno y llevo las heridas llenas de arenilla del camino. Quiero limpiarlas cuanto antes y ver su profundidad. Noto alguna piedrecita clavada en el codo.

En pocos metros entramos en Los Arcos donde nos espera Michel. Saco del coche el botiquín y me lavo las lesiones en una fuente. Son solo raspones de los que escuecen de verdad, pero tengo un par de heridas en codo y rodilla donde las piedras han hecho un corte que no para de sangrar. Con el material del botiquín no es suficiente para proteger la herida, así que me voy a la farmacia del pueblo donde compro gasas, yodo y una pomada antiséptica. La farmacéutica me presta unas tijeras y me hago una primera cura. Luego me paso un tubigrip  para sujetar los apósitos.

Atravesamos el pueblo, del que guardo muy buen recuerdo al haber pernoctado aquí en anteriores viajes, y nos detenemos en la iglesia de Santa María. Su origen del siglo XII, momento en que se erigió un templo de estilo románico, al que fueron añadiéndose, en el transcurso de los siglos posteriores, los diversos elementos góticos, renacentistas, barrocos y neoclásicos que ahora tiene. El conjunto resulta extraordinariamente variado. Sobre sus soportales me acabo de acomodar la cura. ¡Como escuece!

La plaza es un hervidero de gente sentada en los veladores. No en vano es uno de los mejores sitios donde terminar la etapa para los caminantes. Hay albergue y muchos servicios.

Salimos del pueblo en dirección oeste y al norte de la N-111. El terreno es algo más descarnado y el camino termina en la NA-7205, en las cercanías de Sansol. Rodeamos el pueblo y descendemos hacia el río Linares que atravesamos por un puente. Entramos en Torres del Río. Ambos pueblos, colgados sobre un barranco, parecen uno.

Michel nos espera en la entrada y propongo a mis compañeros de ruta la visita del lugar. Este pueblo siempre me ha encantado por dos motivos; el precioso emplazamiento y la iglesia del pueblo. Ascendemos por sus empinadas calles hasta la puerta de la iglesia del Santo Sepulcro. Esta es de origen templario, con su característica forma octogonal, y construida entre 1160-1170. Las encomiendas templarias recurrían habitualmente a la planta circular en recuerdo de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén. Su uso debió ser funerario. Su linterna superior se ha asociado con un "faro o linterna de los muertos". En su interior hay un impresionante Cristo de cuatro clavos. Como está abierta, algunos decidimos entrar. Pagamos el euro que cuesta la entrada y la mujer que lo atiende nos enseña el templo. Es una señora muy amable y entablamos una larga conversación en la que nos pregunta si estaba abierta la iglesia de Eunate. Le decimos que no y continua la charla tras una mueca de desaprobación. Recuerdo que en anteriores viajes, la salida del pueblo en dirección a Viana estaba muy mal y el camino difícil de seguir a pedales. Nos comenta que algo han arreglado, pero que una vez llegados al puerto, no lo sigamos, pues es un continuo subir y bajar barrancos con un gran rodeo. Así lo haremos y nos despedimos. ¿Quién dijo que en estos dos pueblos tenían fama de ariscos con los viajeros?

Partimos del pueblo siguiendo las flechas amarillas y efectivamente el camino está bastante arreglado y empedrado en sus tramos más inclinados. La subida es dura y poco a poco adquiere la anchura de un sendero. Ascendemos cansinamente en fila de a uno, agobiados por el desnivel y, sobre todo, por el calor. Son aproximadamente dos kilómetros que en su parte final aún se empinan más. Llegamos hasta un par de peregrinas italianas y prudentemente pedaleamos tras ellas pues no hay sitio para adelantar. Tras un rato, estamos a punto de tener que pararnos, les avisamos para que nos dejen pasar, a lo que responden con una letanía de palabras que no suenan bien. Maleducados hay en todas partes. Al final las adelantamos.

Por fin llegamos a la carretera N-111, casi en lo alto del puerto. Un kilómetro después estamos en el alto del Poio o Poyo, junto a la ermita del mismo nombre. Allí nos espera Michel. Bebemos en abundancia bajo la sombra de unas carrascas y decidimos hacer caso a la señora, seguiremos hasta Viana por asfalto, ya en descenso, salvo algún repecho puntual.

Rodamos con rapidez y podemos comprobar cómo los caminantes que siguen el sendero, suben y bajan unos barrancos que la carretera sortea con facilidad. Rodando en fila de a uno, avanzamos con gran velocidad ya que la carretera comienza a descender hacia la depresión del Ebro.

Entramos en Viana y por un sinfín de calles, legamos hasta la plaza de Los Fueros donde se encuentran el ayuntamiento y la iglesia de Santa María.  Nos sentamos a la sombra junto a las escaleras de su puerta lateral. Hace un calor tremendo y decidimos comer aquí en vez de esperar a Logroño. Entramos en un bar donde damos cuenta de unos hermosos bocadillos y bebida, mucha bebida.

Una hora después partimos por la calle principal en busca del camino de salida mientras dejamos las ruinas de San Pedro a la izquierda. Sin ninguna consecuencia, esta vez la que se cae es Tere, justo cuando salimos de la localidad. El camino llanea, primero por la derecha de la N-111 y tras cruzarla, por su izquierda, Continuamos por pistas que nos dejan sobre el pantano de Las Cañas donde nos cruzamos con el recorrido que desciende el Ebro –GR99-. Hay una zona para observación de aves.

Descendemos ahora en dirección a Logroño por un camino que ha sido asfaltado. Todo me parece muy modificado hasta que pasamos junto a un lugar conocido y donde se consigue uno de los sellos más emblemáticos del Camino. Freno en seco y me paro a charlar con una  señora entrada en años. Esta no es la señora Felisa que yo conocí, así que le pregunto por ella. Me dice que es su hija y la verdad es que se parecen. Le cuento como nos hicimos una foto con ella  en el año 2001 y de lo amable que era. Me dice que su madre falleció en el 2002, justo un año después de verla nosotros. La hija sigue como su madre bajo la sombra de su higuera y ofreciendo el sello, agua e higos.

Entramos en Logroño, cruzamos el puente sobre el Ebro y abandonamos el Camino Francés.  El termómetro marca 41º y decidimos no entrar en el centro de la ciudad, esperamos volver más tarde cuando tengamos que venir a buscar a Pedro que llega de Bilbao. Atravesamos la ciudad a ciegas buscando la salida hacia Agoncillo. Ahora vamos a realizar el Camino de Santiago del Ebro, pero al revés.

Al final salimos de la población por Varea, junto al Ebro, hasta que nos separamos de él y por tramos de tierra y asfalto llegamos a las inmediaciones del aeródromo de Agoncillo. Las señales nos sacan a la carretera tras cruzar las vías del tren por una trocha apenas perceptible.

Ya solo queda seguir la transitada N-232 hasta el polígono industrial El Sequero. Allí se encuentra nuestro alojamiento.

El calor es insoportable y el nombre le viene al pelo, vaya erial. Entramos en el hotel y tras poner a buen recaudo las bicis, nos adecentamos y bajamos a refrescarnos al bar. Menos mal que hay aire acondicionado. Tomamos unas bebidas y esperamos a que nos llame Pedro. La intención es hacer un par de viajes para ir todos a Logroño, pero la distancia y el calor hace que desechemos la idea. Al final somos Michel y yo los que vamos hasta la estación de tren donde llegará Pedro. El calor en la ciudad aún es más insoportable. Es puntual y tras saludarnos, cargamos las bolsas y volvemos hasta el hotel.

Tras una tediosa tarde, llega la hora de cenar. Estamos hambrientos y devoramos una buena cena tras la que, después de un rato de tertulia, nos dirigimos a dormir. ¡He dicho dormir!... imposible. Estamos ante una de las noches más largas de mi vida. En las habitaciones no hay aire acondicionado y con Pedro, probamos de todo. Abrir las puertas y ventanas, sacar el colchón al balcón… nada, no funciona nada, La cama acaba empapada en sudor, vueltas y más vueltas… Solo unos relámpagos sobre las montañas próximas me hacen concebir la esperanza de que refresque algo, pero ni llueve ni baja la temperatura.

Al final han sido 76 km, 894 m de desnivel acumulado y 5,15 h de pedaleo

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