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Botaya - Sangüesa

28 de junio de 2015

Son las 6 de la mañana y la claridad del amanecer comienza a entrar por la única ventana, orientada al este, de la gran habitación donde dormimos en nuestras literas. Suena la primera alarma y comienzan los primeros murmullos perezosos. He descansado bastante bien y me siento muy recuperado de la paliza de ayer. Somos diestros en recoger todo de forma rápida, así que en poco tiempo tenemos nuestras bolsas listas. Damos cuenta de un buen desayuno preparado por la propietaria del albergue y nos disponemos para el pedaleo. Antes, cargamos los bultos en el coche y ponemos en el portabicis la bicicleta de Manolo. Como decidimos ayer, será él quien se haga cargo del coche de apoyo. Con cara de pena, Juan Carlos, con su bicicleta de carretera, se vuelve pedaleando hasta Huesca y nos acompañará hasta la carretera de Jaca.

Salimos del pueblo por su carretera de acceso. Esta sube sin contemplaciones hasta la sierra de San Juan de la Peña para salir del fondo de valle en donde se encuentra Botaya. La marcha es lenta para calentar lo mejor posible, mientras tenemos una animada charla. Poco a poco el grupo se estira y de vez en cuando, con la excusa de alguna fotografía, nos reagrupamos. La ascensión se hace cada vez más dura hasta que ganada la altura suficiente, nos empiezan a calentar los primeros rayos de sol.

En 3 km llegamos a la carreterita de acceso al monasterio. Ahora el terreno es más favorable y serpentea entre el bosque por la vertiente sur de la sierra. En 2 km divisamos el monasterio Nuevo de San Juan de la Peña. Como consecuencia del terrible incendio del año 1675 se tomó la decisión de construir un nuevo monasterio. Su emplazamiento se eligió en un lugar próximo, el conocido como Llano de San Indalecio, una bella pradera asentada sobre la gran roca que reunía condiciones idóneas para comenzar una nueva vida. Hoy no va a ser una visita prioritaria, así que seguimos la carreterita dejando a nuestra derecha la moderna hospedería integrada en el monasterio.
La carreterita comienza a descender de forma rápida y, tras un par de recurvas, llegamos a las puertas del viejo Real monasterio de San Juan de La Peña, germen de la formación del primitivo reino de Aragón 

“…Cuenta la leyenda, que un joven noble de nombre Voto (en algunas versiones, Oto), vino de caza por estos parajes cuando avistó un ciervo. El cazador corrió tras la presa, pero ésta era huidiza y al llegar al monte Pano, se despeñó por el precipicio. Milagrosamente su caballo se posó en tierra suavemente. Sano y salvo en el fondo del barranco, vio una pequeña cueva en la que descubrió una ermita dedicada a San Juan Bautista y, en el interior, halló el cadáver de un ermitaño llamado Juan de Atarés. Impresionado por el descubrimiento, fue a Zaragoza, vendió todos sus bienes y junto a su hermano Félix se retiró a la cueva, e iniciaron una vida eremítica…”

Es muy temprano y todo está cerrado, pero la sola contemplación de la construcción impresiona sobremanera. Cubierto por la enorme roca que le da nombre, el conjunto, que abarca una amplia cronología que se inicia en el siglo X, aparece perfectamente mimetizado con su excepcional entorno natural. Los auténticos orígenes del monasterio se pierden en la oscuridad de los tiempos altomedievales y se le ha supuesto refugio de eremitas, aunque los datos históricos nos conducen a la fundación de un pequeño centro monástico dedicado a San Juan Bautista en el siglo X, del que sobreviven algunos elementos. Arruinado a fines de dicha centuria, fue refundado bajo el nombre de San Juan de la Peña por Sancho el Mayor de Navarra en el primer tercio del siglo XI.

Nos lanzamos en rapidísimo descenso por la carretera A-1603 que serpentea por este impresionante paisaje. Esta va rodeando el valle para llegar en finalmente a Santa Cruz de la Serós. La agradable temperatura de la mañana nos invita a quedarnos un rato mientras visitamos la ermita de San Caprasio y la fantástica iglesia de Santa María –antiguo monasterio femenino-.

Decidimos seguir por la carretera hasta llegar a la N-240, así nos puede acompañar Juan Carlos. A partir de aquí nuestros caminos se separan. El sigue hasta Huesca y nosotros entramos en el Camino de Santiago que desciende desde Somport y que en este tramo discurre por la izquierda de la nacional. Muy pronto, tras atravesar la carretera, llegamos a Santa Cilia de Jaca.

Decidimos entrar a ver el pueblo y serpenteamos por sus callejas hasta llegar a la iglesia del pueblo. De vuelta a la carretera, tomamos un andador algo vestido que transita por la derecha de la misma. Este tramo es llano, pero divertido. Nos permite rodar rápido y disfrutar de una temperatura todavía agradable. A nuestra derecha nos acompaña el río Aragón, compañero de gran parte de la etapa de hoy. Poco más tarde, el camino se transforma en un divertido sendero que desciende hasta el río. En un claro del bosque encontramos una curiosa imagen. Los peregrinos han ido depositando piedras en forma de montoncitos a ambos lados del sendero. Es un acto simbólico por el que el peregrino deja parte de su lastre espiritual, pero parece ser una “cristianización” de los montículos de piedras que los romanos ofrecían a Mercurio, protector de los viajeros. El sendero llega al nivel del río y vuelve a la carretera junto al inicio del puente de Puente la Reina de Jaca, antigua Astorito en el codex calixtinus.

Son las 9,30 y decidimos que este es un buen sitio donde almorzar algo. Por experiencia de mis anteriores “Caminos”, se que hasta Ruesta no hay posibilidad de tomar nada sin salirse de la ruta. Atravesamos el puente y entramos en el mesón de la Reina para comer algo. Retomamos la ruta volviendo sobre nuestras ruedas volviendo a cruzar el puente y siguiendo por la A-132 durante unos metros hasta desviarnos en dirección a Arrés por un camino asfaltado. Después de 3 km entramos en una pista de tierra, ancha, y marcada con postes de madera con una placa que indica los kilómetros que restan a Santiago.

El camino, bastante llano y recto, permite un rodar fluido, ideal para disfrutar del pedaleo y entablar animadas charlas. Son unos 6 km en los que vamos paralelos a la margen izquierda del río Aragón y que al final nos introduce en sus sotos. Al final llegamos a la carreterita de acceso a Martes.

Dejamos el pueblo a nuestra izquierda y continuamos por asfalto hasta el puente del Aragón. A poca distancia, antes de entrar en él, giramos a la izquierda. La pista hace unos requiebros para descender hasta el barranco de Sobresechos en el que se ha construido un puente de madera para atravesarlo en momentos de crecida. Creo que es Pedro el que muerde el polvo durante el descenso, pero sin consecuencias para el bilbaíno. Ya estamos en la provincia de Zaragoza.

El recorrido es menos llano con varios repechos que nos hacen sudar, ahora que el sol calienta fuerte. Dejamos Mianos a la izquierda, en lo alto. En menos de 3 km llegamos a los pies de Artieda, también en lo alto. En este punto nos volvemos a encontrar con el coche de apoyo y por ende con Manolo. Aprovechamos para beber mucho líquido isotónico y comer unas pastas. No nos quedamos demasiado rato. A esta hora el sol cae con fuerza y nos interesa proseguir.

Tras un pequeño tramo de camino de tierra, entramos en la A-1601. A partir de este momento no hay otra alternativa viable y nos esperan 8 km de carreterita hasta Ruesta. Desde la última vez que pasé por aquí las cosas han cambiado de forma dramática debido al polémico recrecimiento del Embalse de Yesa. Nada me parece igual y la verdad es que tan apenas reconozco lo que viene a mi recuerdo. Ahora todo son desmontes y anchas pistas para el acceso de enormes camiones. Solo espero que en Ruesta, cuya impresionante torre defensiva divisamos a lo lejos, no hayan cambiado las cosas y podamos comer. Así es, pero lo encuentro algo desolado. Hace catorce años, son muchos, ya lo sé, lo recuerdo con una gran animación de peregrinos y gente que usaba este pueblo, propiedad de la CGT, como lugar de vacaciones. Hoy, sin embargo, esta casi vacío, pero afortunadamente, en el bar podemos comer. Unas hamburguesas de barbacoa, serán nuestra comida. Eso y gran cantidad de líquido, pues el calor es insoportable.

Prolongamos inconscientemente la tertulia porque parece que continuar a estas horas es un suicidio, pero hay que pedalear duro para llegar a nuestro destino. Son algo más de las 2 de la tarde y el sol cae a plomo. Sé que queda un tramo de ascenso en plena sierra, entre zonas de pinares que no hacen otra cosa que aumentar la sensación de sofoco.

Tras 2,5 km de asfalto, que hacemos con menos esfuerzo de lo esperado, llegamos a una pista que sale a nuestra derecha. Tal y como me ha comentado un chaval en el bar, parece ser que han abierto una nueva pista para ascender a lo más alto de este tramo. La tomamos y entramos en una zona que llanea. De forma inesperada, Antonio rompe la patilla del cambio. Es la peor avería que podíamos tener. Tras varios intentos por ver como lo podemos solucionar, Tere recuerda que lleva una patilla “universal”. Con poca esperanza de que funcione, Antonio y Chavi, diestros mecánicos, consiguen instalarla. Menos mal que el incidente ha ocurrido en una zona de sombra.

Con mucho miedo y poca fe en que el remedio aguante, continuamos pedaleando intentando forzar el ritmo lo menos posible, pero una cosa es el deseo y otra la cruda realidad. Debemos abandonar la pista y tomar un desvío a partir del cual comienzan unas rampas bastante fuertes y continuadas que ponen a prueba el apaño. Afortunadamente la bici resiste bien y sin problemas, pero nosotros empezamos a sufrir el fuerte calor. Cada vez que surge la ocasión, aprovechamos para meternos bajo la sombra de algún árbol para beber y cobijarnos de los rayos del sol. Por fin, tras casi 4 km de ascenso, llegamos a un alto en el que, al menos, el aire nos alivia un poco. Cobijados bajo unas carrascas parecemos pollitos bajo una gallina clueca. Tomamos aire y bebemos todo lo que podemos. Al menos se que a partir de este momento el tramo es descendente y no hay mas subidas fuertes.

Estamos en un cruce de caminos donde retomamos el recorrido que hice en anteriores viajes. Entramos en una pista que están remodelando y el terreno está muy suelto. El disfrute del descenso se transforma en una cierta preocupación por no caer en las trampas de tierra y rodadas del camino. Al final de la bajada llegamos a Undués de Lerda, pueblo que dejamos a la izquierda. Salvo en algunos tramos, se trata de pistas anchas que nos permiten rodar a toda velocidad, solo ocasionalmente interrumpidos por algunos pequeños repechos. Entramos en tierras navarras y la pista acaba cuando entramos en la NA-5410. Ya más tranquilos y con la seguridad de llegar a nuestro destino, pedaleamos en fila india por el asfalto para llegar a Sangüesa en 2 km. Atravesamos algo despistados el pueblo hasta dar con la pensión J. P. donde vamos a dormir y a la que llegamos después de atravesar un puente metálico sobre el río Aragón.

Tras guardar las bicis a buen recaudo,  instalarnos en nuestras habitaciones, y darnos una merecida ducha, Pedro abandona durante un par de días la ruta para volver a sus quehaceres laborales. Coge su coche, que dejamos hace un par de días en este mismo lugar, y parte para Bilbao, no sin antes llevarse nuestra ropa usada para lavarla en su casa.

- ¡No seréis capaces! – nos amenaza Tere.

- Si, somos capaces – le contestamos riendo mientras le entregamos las bolsas.

 La partida de Pedro hace que quedemos desemparejados y eso me permite el lujo de dormir solo en una amplia cama. Aún son las 5 de la tarde y nos dedicamos a descansar un poco antes de ir a conocer el pueblo. Cuando baja el calor, ¡es un decir!, salimos a recorrer el pueblo. Merece la pena.

El nombre actual de Sangüesa tiene su origen en Sanctorum Ossa -huesos de santos- y en nuestro recorrido por el pueblo pasamos junto a Santa María la Real, iglesia de Santiago el Mayor, Palacio de los Príncipes de Viana, Palacio de Ongay, etc.

Durante el paseo aprovechamos para buscar un lugar donde cenar y así lo apalabramos en el bar El Pilar, uno de los que nos aconsejan. En este local están viendo en la televisión aragonesa el partido de la S.D. Huesca donde se juega el ascenso a la 2ª división. Entre pinchos y piscolabis celebramos el triunfo.

La cena es abundante y animada, además la ruta está saliendo incluso mejor de lo esperado. Para bajar lo comido, damos un largo paseo nocturno por el pueblo que con sus edificios iluminados tiene una atmosfera especial.

De regreso al hostal decidimos dar un último vistazo a nuestras monturas. ¡Vaya por Dios!, la mía es la única que está pinchada. Subo la rueda a la habitación con la esperanza de arreglarla en un momento, pero no voy a tener tanta suerte. La cubierta se ha quedado pegada por el látex utilizado en ruedas “tubeless”. Manolo, siempre atento, se ofrece a ayudarme, pero es imposible, no se despega. No queda más remedio que romper a duras penas la cubierta, que afortunadamente está en las últimas, para sustituirla por otra que he traído por si acaso. El calor es insoportable en la habitación y con las prisas y los nervios, pincho la cámara de nuevo. ¡Alguien me ha tenido que echar mal de ojo! Repitiendo la operación el problema se resuelve, pero ya son la una de la madrugada… ¡Hoy que iba a disfrutar de la cama para mi solito!

Al final han sido 81 km, 1421 m de desnivel acumulado y 5,15 h de pedaleo.

 

 

 

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