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Las cosas empeora, Descenso infernal hasta Capafons
Capafons. Es muy tarde y la ruta no va por buen camino
CAsi una hora de porteo de bici. Cunde la desesperación

Vista parcial de la sierra de Prades


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Camino del Mar
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Reus - Arbeca (2/4)

Aparece un poste indicador con todas las señales dobladas y que a saber donde indican. Dos de ellas nos mandan a Capafonts, lugar al que debemos llegar, pero por distinto sitio. Ante la duda, seguimos el track, ya que la otra señal tiene el símbolo de senderistas. ¡Bien que nos hemos de arrepentir! Una cruz de hierro a nuestras espaldas, parece querer advertirnos de algo.

Solo retomar la pista, el track vuelve a sacarnos de ella girando a la izquierda. Para no cometer el mismo error, miramos los GPS para ver a dónde va la pista que dejamos. No hay más opciones porque esta se acaba.

Entramos en un sendero por el que podemos pedalear, pero que pronto se hace casi intransitable. Por lo menos es en bajada, pero aún así se hace pesado. Baja a media altura sobre el barranco de la Llenguaeixuta. Si no traduzco mal, así va a quedar la nuestra.

César está en Capafons y contacta con nosotros por la emisora. El pueblo casi está a la vista, pero el avance es muy lento y penoso. Lo siento especialmente por Chavi, que lo debe estar pasando mal. En las fotos aéreas que he manejado para preparar la ruta, el camino era mucho más evidente y de mejor aspecto. Otra lección para aprender.

Nos vamos separando según nuestro ritmo de avance y al final quedan tres grupos. Por delante van Antonio y creo que Juan Carlos, en medio voy yo, y detrás los otros. Si fuera responsable no debería ir solo, pero tengo la imperiosa necesidad de ver porque nos hemos metido en este entuerto y si tiene solución. Más tarde me lo recriminarán con toda la razón del mundo.

Por fin llego a una especie falso collado desde el que veo a mis pies el pueblo. Está muy cerca, pero el sendero sigue siendo infernal, sobre todo al tener que avanzar con la bici en la mano y que se va enganchando en piedras y ramas.

Me llaman por el móvil y me dicen que Antonio ya ha llegado abajo, que cuando llegue a un camino coja el de la derecha. Al fin lo encuentro y me adelanto a buen ritmo hasta un cruce desde el que diviso a las claras el pueblo. Me quedo allí para indicarlo a los que vienen detrás. Cuando llegan, les digo a Tere y Chavi, los más afectados, que me pueden dar un golpe en la cabeza como castigo. Chavi me contesta que no tiene fuerzas ni para eso.

Entramos en Capafons poco antes de la una del mediodía. No llevamos ni un cuarto del recorrido y aún queda parte de la sierra por cruzar. ¡Se me está poniendo un mal cuerpo! Para colmo, y como de costumbre, el pueblo está en alto y hay que subir hasta él. Por lo menos estamos en un sitio habitado y no ha habido ningún percance.

Decidimos comer en el bar y luego ya seguiremos. Mientras me bebo una gran jarra de cerveza –hoy he sudado la gota gorda y ya he vaciado los tres litros del camelback-, le pregunto al dueño si es posible llegar a Poblet atravesando la sierra. No sé si se lía él o no lo entiendo yo, el caso es que me quedo como antes. Más tarde entenderé porqué. Nos comemos un hermoso bocadillo, cada uno a su gusto, unos cafés, y abundante bebida. Para aliviar tensiones, en contra de lo habitual durante una marcha, le pido un cigarrillo a César y me lo fumo a la puerta del local ante el estupor de una señora sentada en el velador.

Pasadas las dos de la tarde, retomamos el camino después de llenar nuestras mochilas con agua fresca de la fuente. Descendemos del pueblo y salimos por una pista que parte delante del cementerio. ¡Vaya por Dios! Esta asciende con fuerza al principio y hace un calor sofocante, pues no corre ni una gota de aire.

El suelo es pedregoso y mi rueda patina, pero luego se estabiliza y se pedalea mejor. Vamos dejando atrás campos de labor y alguna casa, para meternos dentro de un pinar ralo. Pero la alegría dura poco en la casa del Señor, y aunque esto sí estaba previsto, llegamos a una curva en la que el track nos saca de la pista entrando en el barranco de las Fontetes. Irremediablemente hay que subir andando por un sendero, al principio muy escarpado. Necesitamos ayudarnos en algunos puntos para sortear algún paso complicado. Luego sube de manera intermitente con tramos donde el desnivel se acentúa. Lo que ocurre es que está muy cerrado y no caben bici y ciclista a la vez.

-¡Hay una C-15 echando las luces, que quiere adelantar! –grita Fernando, rompiendo por un momento la tensión.

Es agotador y hay que hacer muchas paradas para recuperar el aliento. No paro de acordarme de Chavi y de Tere que llevan muy mal esto de andar por senderos de montaña. Miro constantemente el GPS para averiguar cuando acaba y llegamos a la pista que se que hay en el collado.

Como es normal, se van formando grupos según el ritmo de cada uno. Antonio, buen montañero, va delante. Yo subo con Manolo a ritmo lento. El abuelo se comporta como un jabato. Llamamos a gritos a los de atrás y no contestan, pero oímos unas risas lejanas y suponemos que la cosa no va del todo mal.

Por fin, y casi una hora después, llegamos al final del collado. Aparece una pista y un refugio de cazadores.

Algo más relajado, y después de un descanso breve, deshago el camino en compañía de Pedro para ver si podemos ayudar. Me encuentro a Tere y le pido su bici. Me la da al instante sin soltarme ningún desplante. Muy raro, eso es que no va bien. Luego llega a la pista entre sollozos mal disimulados. Creo que ve mi cara descompuesta y me dice:

-Tranquilo, que se me pasa pronto. Ya me ha ocurrido otras veces- y se aleja por un momento del grupo.

 

 

 

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