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Santiago de Compostela - Olveiroa (1/3) 7 de julio de 2011 Hoy nos damos un homenaje y nos levantamos más tarde, sobre las siete y media. Recogemos la habitación y bajamos las maletas a recepción. Poco a poco, llegamos al comedor donde el mismo recepcionista que había por la noche, nos prepara el desayuno a base de tostadas, mermelada, mantequilla y zumos. Desayunamos con tranquilidad, ya que la etapa de hoy es más tranquila y tenemos tiempo de sobras, además el día está muy gris y parece que va a llover. Dejamos los bultos en la furgoneta y recogemos las bicicletas del garaje. Con parsimonia, las ponemos apunto, nos abrigamos bien y salimos en dirección a la catedral desde donde parte el camino. Como de costumbre, circular por la ciudad es más complicado que por el monte y nos despistamos un poco. Empieza a llover con algo de fuerza y las nubes están pegadas a la montaña. En el camino, creyendo que es la dirección correcta, nos metemos por una puerta de piedra de la que sale una furgoneta, Cuando estamos dentro, la puerta se cierra y quedamos atrapados. Entre risas y abochornados, llamamos a un portero automático para que nos abran la puerta. Salimos por donde hemos venido y cómo vamos perdidos y por direcciones prohibidas, preguntamos a dos policías locales que hay en la calle. Nos indican el camino a seguir y que la primera flecha para Fisterra está en la puerta del Hostal que hay en la plaza del Obradoiro. Nos dirigimos a ella, entrando por la escalinata que hay bajo su arco, previa parada para ponemos los chubasqueros, y atentos hasta que vemos la señal que indica la dirección a Fisterra. La seguimos en descenso hasta una avenida que atravesamos y por fin, el track de la ruta aparece en mi GPS. Estamos ante el primer mojón, situado en un parque, que indica la distancia a Fisterra o Muxia. El camino sale por una pista de cemento por la que cruzamos el río Sarela y enseguida se transforma en un corredor verde de tierra alfombrada por las hojas de eucalipto. En una ocasión debemos desmontar para atravesar una pasarela de piedra, pero el camino asciende en buenas condiciones y con poca luz debido a las nubes y a la temprana hora. La subida nos hace sudar y debemos detenernos para quitarnos el chubasquero. Aprovechamos para fotografiar Santiago de Compostela en el fondo del valle y cubierto aún por negras nubes. Aquí ya no llueve e incluso se ve algún rayo de luz. Al llegar a la parte más alta del recorrido, salimos al pueblo de Sarela de Abaixo que recuerdo bien de la anterior vez que pase por aquí en la ruta de la Plata porque nos perdimos en él. Esta vez, sí sé por dónde ir y descendemos un poco por una de sus calles para coger un precioso camino, primero asfaltado y luego de tierra, que se introduce en el bosque de eucaliptos y helechos. Pronto llegamos en descenso hasta el pueblo de As Moas de Abaixo donde agrupamos antes de coger durante unos metros una carretera local para desviarnos, ascendiendo ligeramente, hasta O Carballal. Atravesamos el pueblo por su interior y una pista asfaltada nos dirige de nuevo al bosque. Antes de entrar en él, Pedro tiene problemas con su desviador, pero pronto lo arreglamos. Vaya repaso le estamos haciendo a su bici, se la vamos a dejar como nueva. Entramos en un sendero de las características del anterior, pero está vez en bajada donde, salvo la pobre Tere que odia las trialeras, disfrutamos de lo lindo los demás. Para colmo de males, se enreda en una zarza que le deja la pierna hecha unos zorros. Por el camino adelantamos a los primeros peregrinos que se apartan educadamente a nuestro paso. El sendero acaba en Quintáns, una pequeña aldea a cuya entrada adelantamos a una pareja de peregrinos y uno de ellos lleva sus bultos en un carrito del que van tirando. Me imagino que acabará el día con los brazos y la espalda molidos. Cruzamos este pueblo por su interior, continuando por una pista asfaltada que cruza el río Roxos y que asciende entre prados y casas de campo hasta que las señales nos desvían por un sendero, que sigue ascendiendo hasta el alto do Vento en un par de amplias curvas. Desde aquí, descendemos hasta Portella de Villestro. Ahora debemos continuar por una carreterita local que atraviesa Ventosa por una calle lateral, junto a una de esas modernas urbanizaciones a medio acabar por la crisis, y que después llega a Aguapesada. Nos detenemos a reagrupar, a mirar y fotografiar un puente romano por el que pasaba, antes de que llegasen las modernas carreteras, el camino a Fisterra. Salimos de este pueblo y una señal nos manda hacia una cuesta de tierra y piedras que entra en el bosque. Yo tengo muy malos recuerdos de ella, ya que cuando pasé por aquí hace cinco años, el calor, la humedad y el estar recién comido, hizo que tuviera una medio pájara que me lo hizo pasar mal. Comenzamos a subir con platillo y piñón grande, y más porque no hay, intentando salvar las piedras sueltas y ramas que aparecen en el suelo. Lo peor está al principio y en algún tramo intermedio más corto, pero en general se va haciendo más suave a medida que ascendemos; Incluso me permite filmar montado sobre la bici mientras Tere suelta unos exabruptos que prefiero no entender. A medida que subimos, nos vamos quitando la poca ropa de abrigo que aún llevamos encima. Además el cielo se ha despejado casi por completo. Por fin el camino llanea durante un rato y llega a una pista asfaltada que cruza un bosque de eucaliptos. Una parte de él se ha quemado recientemente pues aún huele a humo y el terreno está lleno de cenizas y árboles secos amontonados. Esta pista asciende hasta el alto de Mar de Ovellas donde hay una fuente, pero tiene el cartel de no potable como sucede en otras muchas a lo largo del camino. Ya en descenso, entramos en Carballo y seguimos adelantando grupos de peregrinos. Hay muchos haciendo esta ruta y empiezo a preocuparme por el alojamiento, no por los que adelantamos ahora, que irán a Negreira, sino por los que salgan de allí hacia Olveiroa. Continuamos por la carretera local y llegamos en poco tiempo a Trasmonte pasando por delante del bar Casa Pancho. Este bar, de grato recuerdo, fue mi salvación para arreglar la pájara que he relatado antes. Me tome dos latas de Coca Cola que me dieron la vida. Hoy es demasiado pronto para entrar a comer algo y a saludar. Seguimos por asfalto, bajo grandes robles con mucha vegetación, y en menos de dos kilómetros llegamos a Ponte Maceira. Esta aldea está atravesada por el río Tambre sobre el que se asienta la playa fluvial de Tapia y una preciosa cascada en una represa de piedra que lo hace todavía más espectacular. Nosotros cruzamos sobre su impresionante puente del siglo XIII que se construyo sobre otro romano anterior. Hay una curiosa leyenda sobre este puente: “…Según la tradición Xacobea, tras la muerte del Apóstol Santiago, desde el norte venían huyendo sus discípulos, que no encontraban quien acogiera el cuerpo decapitado de su maestro, mientras los legionarios romanos trataban de alcanzarlos... En el río hay una represa para mover unos molinos y, junto a ellos, un precioso pazo con un crucero en su interior. Varias casas con sus galerías colgadas sobre el río crean, junto al caudaloso río, una vista digna de la mejor película. Otro crucero ocupa la parte central de la pequeña plaza donde nos encontramos.
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