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Castro Dozón – Santiago de Compostela (3/3) Descendemos por el camino real de Angrois y por fin llegamos a Santiago de Compostela. Bueno, aún no, que queda intentar llegar en bici hasta la plaza del Obradoiro. Si nos pensábamos que iba a ser fácil, nos equivocábamos. Descendemos para pasar junto a la estación de ferrocarril y tras hacerlo, comienza una cuesta de muerte y cuando parece que la acabamos, ¡Zas en toda la boca!, es dirección prohibida y nos tenemos que desviar a otra calle. Ya empezamos con las señales por sitios donde las bicis no pueden pasar. Por fin entramos en la Rua Nova, que es peatonal, y avanzamos entre la gente, unos montados y otros andando, en dirección a la Plaza del Obradoiro a la que llegamos sobre las cuatro de la tarde. El sol ha salido del todo y hace un magnífico día. Hacemos la entrada en la plaza, casi en fila india, de uno en uno. Nos damos las oportunas felicitaciones y César, que ha conseguido aparcar cerca, aparece sonriente persiguiendo palomas como un chiquillo. Lástima que el vídeo se ha quedado cortado. Michel, pide en francés a unas chicas que nos hagan la foto de grupo. Estas le contestan en un perfecto español nativo, con el consiguiente cachondeo general. Una de ellas, se tumba larga en el suelo y nos hace las fotos con un perfecto cortado de pies y unas torres que se inclinan hacia un lado. De todas maneras, gracias. Durante un rato, andamos como despistados, y cada uno por su lado fotografiamos la plaza y la catedral. La plaza está más vacía de lo normal, no sé si es por la hora o es que hay menos visitantes. Tere, en el centro de la plaza, se pone de puntillas sobre una concha grabada en el suelo y me dice, que el que la pisa, vuelve aquí otra vez. No sé si la pisé en la primera ocasión, pero ya he vuelto cuatro veces. Por si acaso, la piso de nuevo. Nos hacemos unas cuantas fotos más y decidimos ir a sellar y obtener la Compostela. El viejo edificio donde la he obtenido otras veces está en obras y un cartel nos remite a un local, unos metros más abajo de la calle. Nos dirigimos allí y en un jardín a la entrada, hay numerosos peregrinos. Como hay que sellar individualmente, nos ponemos a la cola y vamos pasando por el mostrador en el que varias personas recogen los datos y rellenan la Compostela. Cuando me toca el turno, le pido a la chica que me atiende un favor; si es posible sellar la credencial de Marcos, sin que me dé la Compostela, solo poner el sello de Santiago, ya que el pobre, por motivos graves, ha debido suspender el viaje días antes de partir. La chica, muy amable, accede y se lo agradezco infinitamente. Cuando todos hemos acabado, decidimos ir a visitar la catedral en dos grupos y así podemos vigilar las bicicletas. Pedimos unas cervezas y nos sentamos en un velador de la rua do Vilar. Yo me quedo para el segundo turno, junto a César, Tere, Antonio y Michel. Para cuando llegan las cervezas, los demás ya vuelven de la catedral. El segundo grupo, nos acercamos para hacer la visita. El Pórtico de la Gloria está en restauración y casi todo tapado. Ahora, una cuerda impide tocar la columna donde antaño se daban tres golpes de cabeza -tres coques- y se ponía la mano. En el interior hay varios confesonarios con curas adormecidos a la espera de algún fiel. Recorremos toda la catedral y como ya hemos estado otras veces, desistimos de hacer cola para ver al santo. Por fuera, en la praza Praterías, también están en obras y la torre del Reloj aparece tapada por andamios. Reunidos de nuevo, nos montamos en la bicicleta para llegar al hotel que César ha reservado y que se encuentra cercano a la estación de autobuses. Salimos entre callejas, siguiendo nuestra intuición e intentando evitar direcciones prohibidas. Pasamos delante del restaurante Manolo, lugar que Michel y yo conocemos, y en el que queremos reservar mesa para cenar, pues lo recordamos con agrado. Está cerrado y abren mas tarde. Después de un rato de deambular y de cruzar la rua da Virxe da Cerca, la rua de San Pedro y la de los Concheiros, salimos a una gran avenida a cuyo fondo vemos la estación de autobuses. Justo enfrente, sale la calle que nos lleva al Hotel Capital Galicia. Esperamos un buen rato a que llegue César, que tiene problemas con el tráfico y descargamos la furgoneta. Las bicis dormirán en el garaje del hotel a buen recaudo. Nos atiende una chica joven muy amable, que se desvive por ayudarnos con las maletas. Hacemos el registro y repartimos las habitaciones. Como no hay habitaciones individuales, Tere compartirá la suya con Michel y Chavi, dos auténticos caballeros. Yo dormiré con Pedro, mi compañero habitual en estos menesteres. Subimos las cosas a nuestra habitación y tras una merecida ducha aprovecho para descargar en el portátil toda la información de dos días y que en el albergue de Castro Dozón no pude hacer. Aprovechamos también para bajar la ropa sucia para que la laven en el hotel. ¡Qué lujazo! Cuando acabo, dejo a Pedro navegando con el portátil ya que hay red wifi en el hotel, y bajo al bar de hotel que atiende la misma chica que nos ha recibido y que también está haciendo la colada. Vaya mujer, como trabaja, y siempre con una sonrisa. Le digo que no quiero nada, que solo espero a los demás. En poco tiempo, aparecemos todos en la puerta. Tenemos hambre, hoy tan apenas hemos comido nada, y queremos recorrer Santiago. En la calle hace bastante fresco y voy de manga corta. A ser sincero, no me he traído nada de manga larga que no sea ropa de bici. Me preguntan si no tengo frío, les digo que no, pero cuando veo un chino abierto, entro como una fuina y me compro una sudadera bien calentita. Nos dirigimos al centro, y después de un buen paseo, llegamos al Restaurante Manolo. Ya está abierto y encontramos mesa para nueve sin problemas. Me parece que el turismo ha bajado un poco porque en mi anterior visita nos las vimos y deseamos para encontrar mesa. Nos pedimos cocido de patatas con sepia, sopa de marisco, pescado y carne. Los sirven en cantidad y después de los cafés, decidimos volver al hotel, dando un paseo por la parte vieja de la ciudad. Ya de vuelta, hacemos una parada para tomar un orujo. Después de andar un rato buscando local, entramos en el bar Petiscos y nos sirven unos orujos de crema de café y de hierbas exquisitos. Volvemos al hotel y el recepcionista, ahora un señor mayor, nos da las buenas noches y quedamos con él para desayunar a las siete de la mañana. Hoy hemos recorrido 71 km, con 1280 m de desnivel acumulado, en algo menos de 6 h. ¡Y parecía una etapa llana!
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