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Vilavella – Xunqueira de Ambía (1/3) 4 de julio de 2011 A pesar de estar cansados, la noche da mucho de sí. Una singular orquesta, provocada por una fuerte irritación de garganta de uno de los compañeros, nos ameniza el sueño y, cuando me despierto por enésima vez, decido levantarme. Veo que en la habitación ha habido una espantada general. Miro en unas habitaciones vacías del albergue y veo a Manolo durmiendo en una de ellas y a Antonio en otra. A pesar de dormir junto a la estación de tren, solo ha pasado uno en toda la noche y no ha causado ninguna molestia. Salgo fuera para despejarme y tomar unas fotos. Justo en ese momento llega un tren de cercanías al que se suben tres pasajeros. Más tarde me entero que es la línea Puebla de Sanabria – Orense. Hace bastante frío, pero el aire ha amainado bastante. Poco a poco se va levantando todo el mundo, recogemos nuestras pertenencias y la ropa puesta a secar el día anterior. Antes de salir, desayunamos un poco con bollería y galletas que llevamos en el coche de apoyo. A las ocho en punto, salimos hacia Vilavella para ver por donde continúa el camino. Las marcas nos llevan a un camino empedrado que desciende fuertemente, pero justo acabar el pueblo, este se transforma en una senda y el terreno se encuentra encharcado, por lo que debemos seguir caminado sobre unos bloques de granito. ¡Empezamos bien el día! Poco después, podemos volver a nuestras bicis y continuamos por una senda que sigue descendiendo. Más adelante llegamos a una fuentecita, que sirve de señal indicadora, y a una cancela que debemos abrir. Esto empieza a recordar rutas de años anteriores. Entramos en una zona muy húmeda, por la que desciende el río Abredo, y donde tan apenas podemos avanzar de forma que no sea a pie. Bloques de granito a modo de puentes y estrechos pasos junto al camino anegado de agua, nos permiten evitar los “regueiros” gallegos durante algo más de medio kilómetro. Ya pedaleando, llegamos hasta la ermita de Loreto, a las puertas de O Pereiro. Atravesamos el pueblo por su única calle y poco después, una señal nos desvía por un sendero, entre moles de piedra granítica y unas plantas llamadas escobas, de aspecto muy seco. Este, acaba cruzando un arroyo por un puente hecho a base de losas de granito, apoyadas una sobre otra de forma milagrosa. Al menos estas dificultades hacen que vayamos todos juntos y podamos fotografiar el lugar sin que luego nos signifique un sobreesfuerzo. Ahora el camino asciende por un terreno desnudo y pedregoso que nos obliga a desmontar en algunos momentos. Alcanzado un pequeño alto, la senda se vuelve a ciclar con normalidad, siempre rodeada de muros de piedra de grandes losas, que permiten adivinar el gran esfuerzo humano que conllevó su construcción. La vegetación que nos rodea, se va haciendo más variada y tan pronto pedaleamos bajo zonas húmedas con abundantes robles, como lo hacemos por terreno seco y baldío. Acabamos saliendo a una carreterita que nos sirve para salvar la vía del tren y pronto nos desviamos por una ancha pista que nos permite avanzar con rapidez y grabar unos vídeos. Llegamos a O Cañizo, cuando viene de frente un grupo de vacas llevado por una anciana. Mientras las grabo, casi me doy de frente con una de ellas. Cruzamos el pueblo que se encuentra disgregado en varios núcleos, hasta llegar al mayor de ellos, donde se encuentra la iglesia. Es bastante majestuosa para el tamaño del pueblo y parece restaurada. Continuamos en la misma dirección hasta el final del pueblo donde entramos en un sendero que termina en la N-525. Reagrupamos y cruzamos la carretera con precaución para descender a toda velocidad hasta cruzar la A-52 por un paso elevado. Unos metros después el camino se desvía y nos lleva a otro, por el que entramos en las cercanías de A Gudiña. Desde este alto realizamos unas fotografías de la localidad y descendemos hasta la N-525. La seguimos hasta entrar en A Gudiña. Aquí hemos quedado con César y buscamos un bar donde desayunar un poco. Entramos en el bar O Peregrino. La amable camarera nos presta el sello del bar para ponerlo en las credenciales, ritual que cumplen Pedro y Tere. Como vamos con cierto retraso por las condiciones del camino recorrido, decidimos pasar de los bocadillos y tomamos unos cafés con leche, bueno, unos “desayunos”, que ya nos vamos acostumbrando al lenguaje de la zona. Sobre la barra hay unos botes de queso con jamón en aceite que nos comemos con los ojos, pero será para otra ocasión. Salimos del pueblo pedaleando por sus callejuelas hasta un crucero situado en una plazoleta, junto a la iglesia de San Martiño. Aquí encontramos dos mojones que indican las dos opciones del camino: por la izquierda hacia Verín y por la derecha hacia Laza. Elegimos esta última porque, además de ser la prevista, es más corta. Le hacemos unas fotos a Michel junto al crucero y seguimos por asfalto. La carretera asciende con suavidad y vamos en fila de a uno, disfrutando del paisaje que nos rodea. Pedaleamos por el cordal de la Serra Seca. Pronto alcanzamos la máxima altura y la carretera llanea, permitiendo un pedaleo rápido y agradable y más propicio a la charla. Pronto pasamos junto a la Venda Do Espino sin entrar en ella y con algún descenso intermedio que aumenta nuestro ritmo. Por nuestra derecha vemos a lo lejos Carracedo de la Sierra con el pico de Cabeza Grande, así como algunos tramos de vía de ferrocarril, y a nuestra izquierda, se abre un amplio valle en el que desembocan los numerosos barrancos que parten de esta sierra. En pocos minutos llegamos a la Venda Da Teresa, una diminuta aldea arrasada, con apenas vida y que atravesamos. A pocos metros, las señales nos desvían hacia una pista amplia que asciende por el cordal y nos proporciona unas vistas excepcionales sobre el embalse de As Portas que retiene las aguas del río Camba. Paramos un momento para reagruparnos y para hacer unas fotos. La pista vuelve al asfalto que desciende y cruza sobre un paso elevado la vía del tren para llegar por el hasta un pueblo con estación de ferrocarril. Es La Venta da Capela. Atravesamos el pueblo junto a unas casitas, que adivinamos pertenecieron a los constructores del ferrocarril. Unos metros después, abandonamos la carretera y ascendemos por un camino por un terreno árido que nos devuelve al asfalto algo después para acercarnos hasta Ventas do Bolaño. En esta aldea encontramos, por fin, a una mujer que realiza sus tareas a la puerta de casa. En una fuente con símbolos del Camino, me quedo con Michel a coger agua. Los demás han seguido para adelante, sin pararse a ver nada. El terreno que nos rodea es pedregoso y tan apenas nace una especie de retama pequeña. Parece que haya sido pasto del fuego no hace mucho. Los montes de alrededor y hasta donde alcanza la vista, están desnudos, con numerosos cortafuegos y con las marcas que deja el fuego sobre el terreno. La carreterita rodea un montículo llamado La Cabeciña de Pérez -vaya nombre- y tras una curva, alcanzamos a los demás que se han parado para hablar con un grupo de seis peregrinos uniformados con una camiseta amarilla chillón que se ve a distancia. Son de varias provincias y hacen el camino a pie. Están sentados a la sombra en medio de la carretera. Por lo menos así hemos podido reagruparnos otra vez. Después de un breve descenso, las señales nos vuelven a desviar hacia un camino que sale a la izquierda y que asciende unos metros. Poco a poco se convierte en una pista más ancha y que sirve de cortafuegos. En ella grabo a Tere que desciende a toda velocidad. Continua así hasta una pronunciada curva de la misma desde donde vemos nuestro siguiente pueblo. Allí, una señal nos indica que debemos bajar por un camino peor. Este desciende vertiginosamente por un terreno de pizarra muy suelto. Como el tramo es trialero y divertido, me olvido de hacer fotos y cuando llego abajo, me tiro de los pocos pelos que me quedan. Menos mal que Michel ha sido más espabilado y ha hecho una sola foto.
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