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Embalse de A Fervenza
Hórreo
Olveiroa. Crucero, iglesia y hórreos

César, el fotografo


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Camino Sanabrés
Benavente - Fisterra

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Santiago de Compostela - Olveiroa (3/3)

Sin detenernos, damos alcance a los demás antes de las primeras casas de Castro. Una señal nos manda a la derecha en subida cuando pasamos junto a un esplendido hórreo de piedra. La pista asfaltada llanea  junto a unos maizales hasta acabar en otra que tomamos a la izquierda en ligero ascenso. Al llegar a la parte más alta podemos ver a lo lejos el embalse A Fervenza ocupando un pequeño valle circular rodeado de bosque y prados. La carreterita desciende junto a docenas de parcelas cuadrangulares de distintos colores a modo de ajedrezado. En alguna de ellas pastan unas pocas vacas de carne. Me detengo un momento en una curva para hacer una panorámica de toda la zona. Unos metros más abajo entramos en Porteliñas y sin solución de continuidad en Abeleiroas.

Seguimos por carreteritas locales que se entrecruzan, en las que navegamos gracias al GPS y a las señales del  Camino. Como va siendo costumbre, este tramo lo hacemos solos Tere, Pedro, Michel y yo, formando un” cuarteto de hecho”. Poco antes de entrar en El Busto, nos detenemos en su cementerio. Este queda bajo nosotros, junto a un crucero, y es precioso, nada tétrico, por su disposición –todos los nichos miran al centro donde está una capilla, a modo de reunión familiar- y por su entorno.

Entramos en la AC-3404 y no la dejamos hasta Mallón y después de cruzar el río Xallas por su puente romano entramos en  Ponte Olveira. Aquí nos encontramos con más peregrinos cuyo punto de destino, por la hora que es, debe ser Olveiroa, y un gran hórreo de piedra. A este pueblo nos dirigimos por andador y por asfalto. Justo a la entrada, junto a un hórreo, nos espera César que ya ha aparcado en el lugar donde pernoctaremos.

Es el albergue Hórreo y la pensión Casa Locho, todo en uno, sin contar que la nave con las 26 vacas esta junto a la vivienda. En él hay bastantes peregrinos, pero como ya hemos reservado, tenemos el sitio asegurado. El dueño sale a recibirnos y después de sellar las credenciales y tomar unas jarras de cerveza, nos enseña nuestras literas. Hay para todo, arriba y abajo. Afortunadamente José Luis quiere la de arriba y yo acepto encantado sin la más mínima discusión.

Son casi las cuatro de la tarde y el día se ha vuelto a nublar un poco. Antes de ducharnos, lavamos las bicis repletas de polvo y grasa después de tantos días de pedaleo. Las guardamos bajo una escalera y entramos lo justo para pasar la noche. Una abuela que trabaja con las vacas nos dice en gallego que por la noche las podemos guardar con ellas. El local es bastante nuevo y no paran de llegar nuevos peregrinos a los que el dueño acomoda rápidamente.

En algún momento, Manolo se da cuenta que no tiene el móvil y que lo ha perdido durante el camino. Se le ha debido de caer de la mochila después de una llamada que ha recibido. Ha llamado a su móvil y alguien ha contestado y le dice que está en la policía local de Santiago.

Nos duchamos con un agua estupenda y nos sentamos en los veladores para beber algo. Hoy no hemos comido caliente y tenemos hambre. Nos trae unos pinchos de tortilla casera –hechos con los huevos de las gallinas de esta casa, nos comenta- que desaparecen por arte de magia y repetimos la ración. El dueño se sienta con nosotros –tiene unas ganas locas de hablar con alguien de aquí- y nos cuenta como le van las cosas. Que estudió en Santiago, que quiere que su mujer –que no para de trabajar con el tractor y los animales- venda las vacas, que antes se conocía el nombre de todas, pero ahora no, que tiene que aprender inglés, etc., todo esto sin perder de vista a los peregrinos que van llegando y que sigue acomodando. Le decimos que hemos visto más peregrinos de Santiago aquí que en todo el camino Sanabrés y el nos responde que se ha puesto de moda y  que en primavera han pasado muchísimos. Entre sus idas y venidas, aprovecha para hacernos el favor y él mismo llama a la Pensión López de Fisterra –conoce a la dueña y se sabe el número de memoria- para reservar cuatro habitaciones, una triple y tres dobles, es lo que tienen.

Llegan en ese momento la pareja de ciclistas que encontramos en Cornado. La mujer aún está más desfallecida y no tiene ganas de dar ni un pedal más, pero el hombre, insensible, habla de seguir hasta Cee donde tienen reservado alojamiento ¡No les queda subida ni nada!, pobrecita. Delante de ella llama por teléfono y lo confirma. ¡Si las miradas matasen…! Al final siguen camino juntos, pero no apostaría que por mucho tiempo.

Empieza a refrescar y doy gracias a los dioses de mi feliz idea de entrar en el chino a por la sudadera. Cuando nos reunimos todos, vamos a dar un paseo por el pueblo. Que distinto a como lo conocí hace cinco años donde escasamente había un albergue. Ahora hay bares, albergues y mucha gente de peregrinación. Recorremos todo el pueblo y Antonio se queda fascinado con los hórreos. No entiende como pueden mantenerse sobre columnas de granito sin argamasa y tan estrechos. Yo tampoco.

Sobre las ocho, nos vamos a cenar en el albergue público que ocupa varias casas e incluso con la posibilidad de dormir dentro de un hórreo. En el bar O Peregrino, nos atiende maravillosamente una simpática camarera o encargada del albergue, porque lo mismo sirve la cena que sirve en el bar. Tiene una paciencia infinita con nosotros y con nuestro particular “gato”, aunque la manada aumenta cada día más. Tras la cena tomamos un chupito mientras caen unas gotas de agua. El agua nos persigue desde hace días y puede que nos coja. José Luis compra, en este mismo local, una botella de orujo artesanal que muestra satisfecho a la cámara.

De vuelta a nuestro albergue, guardamos las bicis con las vacas y nos sentamos en el velador. Solo aguanto unos minutos y me retiro a dormir. Son las diez y media de la noche

Solo nos queda una etapa y espero que el tiempo aguante, porque de momento tiene muy malas pintas.

Hoy hemos pedaleado 4.30 h, con 1241 m de desnivel acumulado y cerca de 60 km de recorrido. No es mucho, pero en esta ruta mandan más los posibles lugares para pernoctar que las distancias.

 

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