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Xunqueira de Ambía – Castro Dozón (3/3) Acabada la reparación, continuamos mientras el camino se abre con huertas a su alrededor, para entrar en Casanova. Salimos siguiendo las conchas amarillas y la calle se trasforma en camino de tierra que atraviesa unos bosques de robles y helechos hasta llegar a Cea -también San Cristovo de Cea-. Entramos en el pueblo -conocido por su exquisito pan-, tras pasar bajo la carretera, y siguiendo las flechas amarillas que indican el albergue. Es un edificio con unos grandes soportales de piedra muy llamativos y su interior está muy bien. Lo visitamos mientras el hospitalero nos sella las credenciales y nos dirigimos al centro del pueblo. En una gran plaza se sitúa la Torre del reloj, aislada en el centro. Como son más de las dos y media, buscamos un lugar donde comer. Entramos en la Pulpería Pérez y aceptan darnos de comer. Nos comemos un espléndido pulpo a la gallega, acompañado de mucho, pero que mucho pan. Dejamos los platos de madera limpios como una patena. Un postre, un café, una larguísima tertulia y ya estamos preparados para seguir. Sin darnos cuenta, hemos parado demasiado rato. Desde este pueblo hay dos posibles alternativas; seguir a Castro Dozón por el camino que va junto a la carretera y por Outeiro, o visitar el Monasterio de Oseira, más larga y difícil. El que nos conozca, ya sabe que vamos a elegir la segunda. Nos citamos con César en el monasterio y montamos en las bicis. El día nublado y preparado para llover, no hace que esta sea la mejor decisión, pero nada nos va a detener. Arrancamos del pueblo en ascenso para dirigirnos al campo de futbol desde donde arranca el camino a seguir. Pasamos junto a un pequeño circo a cuyo lado pasta una llama -igual es una oveja gallega-. Pronto tomamos un camino que sale a la derecha, con poco desnivel, y que poco a poco se introduce en un bosque frondoso y rodeado de muros de grandes piedras. Avanzamos fácilmente y un poco separados, mientras tímidos rayos de sol empiezan a aparecer. En poco más de tres kilómetros llegamos a la aldea de Silvaboa donde reagrupamos y continuamos hasta Pieles, aldea en la que unas hortensias azules de tamaño desconocido por nuestra tierra nos llaman la atención. A partir de este momento, el recorrido transcurre por una pista asfaltada sin posibilidad de evitarlo. Es una carreterita estrecha y sin tráfico que comienza a subir. Esto hace que nos separemos, pero pronto llegamos a un alto desde el que la carreterita desciende sin pausa hasta el Monasterio de Oseira. El cenobio de Santa María la Real de Oseira, es una fundación cisterciense del siglo XII. La desamortización de Mendízabal lo llevó hasta la ruina y, ya en el siglo XX, volvió a ser ocupado por los monjes de los que apenas quedan media docena. La construcción es inmensa y cuando llegamos, solo vemos su fachada este con una fila de balcones flanqueados por dos torres adosados a la iglesia de origen románico. Nos dirigimos hasta la entrada e intentamos contactar con alguien del convento para sellar la credencial. Pedro llama a un timbre y sale un monje joven que nos dice que tiene que avisar al encargado de ello, pero que está con una visita guiada. Mientras tanto nos dedicamos a hacer unas fotos. César, más profesional, emprende la misión cargado con su trípode. De paso hace una foto de grupo con la fachada principal de fondo. Un par de mujeres se acercan a nosotros al ver que somos de Huesca y una de ellas nos comenta que estuvo hace poco allí, acompañando a su marido que corrió la Quebrantahuesos. Son las cinco de la tarde y como el día se pone otra vez feo y no aparece ningún monje para sellar, montamos en nuestras bicis y salimos del recinto. Las flechas nos llevan por una calle empinada que a medida que sube mejora la vista aérea sobre el conjunto. Aún paramos para hacer un par de fotos. Las marcas nos sacan del trazado que tengo en el GPS y advierto que si vamos por donde yo digo, nos ahorramos un tramo malo. Cabezudos, se empeñan en seguir las flechas y comenzamos a subir fuertemente por una pista de cemento hasta que nos desviamos por un sendero empedrado por el que debemos empujar la bici ya que es imposible subir por él montados. Salimos al punto que yo tenía marcado para librarnos parcialmente de este sofocón. El sendero sigue ascendiendo sin que podamos subir en la bici y así nos mantenemos durante una media hora que se hace eterna. Mis desgastadas zapatillas, resbalan sobre las piedras constantemente y a punto estoy de caerme por varias veces. ¡En Fisterra las jubilo! Salimos a la carretera local, que podría habernos servido de alternativa a este esfuerzo, justo cuando cambiamos de vertiente. Se abre ante nosotros un amplio valle repleto de bosque y alguna aldea aislada. Descendemos por ella unos metros hasta tomar un atajo marcado, por el que escasamente podemos bajar, que nos devuelve a la misma carretera. Los que nos han visto, han seguido por ella y que se han librado, nos reciben con sonrisa maliciosa y comentarios irónicos. Seguimos descendiendo, dejando la aldea de Vilarello a la derecha, hasta que una señal nos desvía a un sendero por el que descendemos hasta un puente de losas de granito que salva un arroyo. Para salir del agujero en el que estamos, debemos ascender por la senda empedrada, esta vez montados en la bici, rodeados de helechos y robles fantasmagóricos. Entramos en la aldea de Carballediña – su nombre está relacionado con el carballo o roble en castellano-, la recorremos por su calle central para salir por una buena pista rodeada de campos de labor y llegamos a una carreterita local que nos deja en Outeiro de Coiras, última población de Ourense. Sin entrar en el pueblo más que lo justo, salimos de él por una pista preciosa que asciende con dureza bajo los robles en dirección a un cercano colladito. En algún tramo, la inclinación y el estado del piso hace que desmontemos, pero casi todo el recorrido se hace sobre la bici. Pedaleando por falsos llanos llegamos a Gouxa, primer pueblo de Pontevedra. A pesar de lo que dicen las guías, el camino está bien y enseguida llagamos a Bidueiros y a la N-525. Después de unos metros de transitar por ella, nos desviamos a un camino lateral por el que llegamos a Castro Dozón. La furgoneta nos espera junto a la carretera en una zona ajardinada. Son las siete de la tarde y el cielo se ha despejado bastante. Decidimos hacer una rápida consulta popular para ver que hacemos. El siguiente pueblo donde podemos dormir es Lalín y quedan unos 15 km, pero hoy el tipo de camino nos ha escarmentado y no nos queremos arriesgar. Si nos quedamos aquí, perdemos todo lo adelantado con esfuerzo estos días de atrás, pero si seguimos, podemos llegar muy tarde al siguiente punto con alojamiento. Por consenso, decidimos quedarnos en el albergue de este pueblo y fin de etapa en la planificación inicial. En un intento de buscar más información, me acerco a un bar próximo y le pregunto a un hombre que fuma en su puerta si sabe como es el trayecto hacia Lalín. Hace como que piensa y me da unas vagas explicaciones que me hacen sospechar que no tiene ni repajolera idea. Vuelvo con el grupo y nos acercamos al albergue que está situado a las afueras del pueblo. En el albergue hay mucha gente y empezamos a temernos lo peor, ya que solo tiene capacidad para 28 literas. Preguntamos a los allí presentes y nos dicen que no saben, ni cuántos son, ni si hay sitio, porque la encargada no ha aparecido desde el mediodía. Esperamos inquietos con la furgoneta a una distancia prudente. También encontramos al ciclista andaluz que ha compartido refugio en Xunqueira de Ambía. Está reventado, jura y perjura que mañana va a Santiago por carretera. La etapa de hoy lo ha dejado hecho polvo. Al cabo de un buen rato, esta aparece y empieza a tomar los datos de los presentes. Somos los últimos y guardamos nuestro puesto en la fila. No paro de contar cuanta gente hay allí y no me salen los números, pero confiemos en la suerte. Después de trámites inacabables, nos toca el turno. Enseñamos las nueve credenciales y cuando las va a firmar, la llaman por el móvil. Se enciende un cigarro y sin decir nada, sale fuera para hablar a gritos y en gallego con la persona que la ha llamado. Aprovechamos para sellar nosotros mismos las credenciales y de paso la de Marcos –a lo largo del camino hemos ido sellando la suya para dársela a la vuelta-. Cuando vuelve la mujer, completamos el registro, pagamos y nos enseña nuestras literas. Descargamos todo y nos damos una ducha recuperadora. Cuando me acerco a la furgoneta a dejar algunas cosas, oigo a lo lejos que la encargada le dice a uno de nosotros que si llega alguien andando, nos tendremos que ir. Tere sale como una fuina y le responde algo que no oigo, pero me imagino. Más tarde me entero que la encargada vuelve a hablar con ellos con mejores modales. Con todo aclarado, nos bajamos andando hasta el pueblo para buscar donde cenar. Vamos al mismo bar donde pregunté antes y allí nos dicen lo que nos pueden dar. Preparan la mesa y nos sirven entremeses o ensalada y carne de segundo. Le pido una tarjeta a la camarera para recordar el bar al escribir este diario y me da una de venta de hielo al por mayor. Haciendo un esfuerzo de memoria, si no me equivoco, era el bar Cantón. Volvemos hasta el albergue para intentar dormir. Tengo un cierto regustillo agridulce en mi cabeza porque a pesar de haber acabado bien una etapa, que ha sido mucho más complicada de lo esperado, hemos perdido la ventaja ganada días atrás y me he quedado con la duda de si habríamos llegado a Lalín. Atravesar Ourense ha sido un factor bastante importante en este retraso ya que hemos estado allí más de dos horas. ¡Por cierto! Tengo un lio de nombres de pueblos gallegos en la cabeza, que creo que no voy a poder dormir. Han sido poco más de 6 h de pedaleo, con 1412 m de desnivel acumulado y hemos recorrido 66 km.
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